“Mi
alma saluda a tu alma”. Escribo en mi Cuaderno de Hadas: Namasté,
una de las palabras más hermosas que una puede llevarse a la boca. ¿Hay alguna
forma mejor de hacerte saber que me tienes para cuanto necesites?
Namasté es
una palabra, pero también un gesto: manos juntas en actitud orante para dar las
gracias por poder darnos a la alegría de entregarnos a los demás.
Namasté,
el gesto y la palabra , lugar al que acude el náufrago que soy para saber que
cada mañana el mundo se abre para mí y que yo me ofrezco al mundo con mis
virtudes y defectos.
Digo namasté porque
quiero con los pies en la tierra poder tocar el cielo.
Necesitamos
confiar en el alma, dejarnos conducir por ella para apreciar el aroma que dejan
las pequeñas cosas, esas que tomamos por insignificantes y menospreciamos a
diario. Sabed que el alma sabe el camino hacia las estrellas.
Es
tiempo de asumir que somos náufragos en esta vida y que la balsa de que
disponemos no es otra que nuestra alma.
Namasté,
el gesto y la palabra: tender el corazón al mundo aunque esté herido. Las
llagas se lamen mejor en compañía.
Namasté,
echar raíces y anclarlas en tierra porque ella, la Madre Tierra, está muy cerca
del cielo.
El
náufrago emprende su camino hacia la isla de la tranquilidad, del sosiego que
vivifica, de la Paz que cada uno alberga en su interior, porque el camino del
náufrago es un camino hacia los adentros.
Me
busco y sé que sólo puedo encontrarme en medio del silencio. En sus dominios de
bruma me despojo de lo que me fragmenta y deshumaniza. Sólo desde el silencio
comprendo que soy yo gracias al otro y en él me reconozco, y sólo así él puede
descubrirse en mí.
Como
un asceta me contemplo y me repito el mantra necesario de que nada es tan
importante como aquello que se desgaja del alma como un torrente de luz, como
una cascada de agua cristalina desde la más alta de las montañas.