Antes de las ruinas fue la vida. El
portal encalado donde anidaban las golondrinas. Los pasos adivinados de padre
sacudiéndose el barro de las botas. Las manos blancas de madre sosteniendo el
tazón del vino.
Entonces, todo estaba bien, cada cosa
en su sitio. Ha ido pasando el tiempo, y una se da cuenta, vieja ya y cansada,
de que hasta las palabras se han ido perdiendo por el camino.
Pero volverás a la casa del padre,
allí donde aún las libélulas ornan tus pies.
Has de volver a la vera del agua, al
crepitar de los pasos en la maleza. Y el viento será quien te diga verdades:
que tú eres esta tierra y los pájaros que la habitan.
Volverás aunque los versos te sean
esquivos. El tiempo se ha detenido para que vuelvas. Nada se mueve, sino tú
misma.
Alrededor de tus trenzas, vuelan locas
volvoretas al compás de unas manos blancas. Recordarás los días en que accedías al
verde corazón del monstruo, cuando andabas con pies de nube para no despertar a
la bestia que, en su ciénaga verde, hacía latir su verde corazón en las largas
tardes de verano.
Entonces todo era verde. Verde era el
barco pirata en el que cargaste tus sueños. Verde estaban las aguas que
surcaba, henchido de esperanza, y verde avanzaba corriente abajo aquel velero de papel, antes de que
llegara el invierno con su aliento helado y su canción triste.
¡Verde, verde, verde! ¡Rumbo a las
aguas de la infancia!
Mª José Vergel Vega