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El otoño, sin darnos cuenta, se va colando sigiloso en
nuestras vidas. Nos vamos poniendo íntimos y acaba atrapándonos en su melancolía.
El otoño terminará por destapar los
versos como quien destapa un regalo hermosamente envuelto. Nos hará indagar dentro de nosotros, justo en ese
rinconcito en que tenemos acomodada el alma, para buscar nuevas
presencias, nuevos lugares…
Llegará el otoño con sabor a
dulce de membrillo, hecho a fuego lento por manos amorosas…Aquí, entre
nosotros, yo siempre le pongo un pellizco de canela, mientras espero paciente la
llegada de esas otras manos que entienden de lecturas, manos que te leen lo mismo que
un libro, manos como las de Sabines: “Tú
eres como mi casa, /eres como mi muerte, amor mío”
El otoño del que hablo sabe
de conjuros para despertar a los rapsodas, para soñar que en lo profundo de
este tiempo se está gestando ya la primavera. Él hará sonar el cálamo y dará voz
al poeta que encuentra en la caída de las hojas una nueva razón para seguir lo
que dictan sus versos.
El otoño del que hablo nos
llenará de ausencias y nos enviará labios para lamernos las heridas…porque él es
amigo de un viento caprichoso que nos trae y nos lleva.
Y has de saber que de nada te servirá
resistirte.
Abandónate y gime tu queja más dulce, igual que esa hoja que , confiada,
se desprende de la rama buscando la amorosa caricia de la tierra, porque ha comprendido que se muere para poder vivir de nuevo.
Mª José Vergel Vega
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