lunes, 26 de junio de 2017

Moustaki o la luz de Alejandría

Hoy encontré estas palabras, escritas ya hace un tiempo, a la muerte de un ser de luz que forma parte de mi paraíso particular: Georges Moustaki. Creo que reúnen todos los requisitos para habitar estos Cuadernos.


Para Narci, que compartió conmigo la luz de Alejandría, a través de las canciones de Moustaki.
“Je déclare l´état de bonheur permanent…(Déclaration, Moustaki)

Dicen que Alejandro Magno tuvo un sueño en el que se le aparecía un anciano de blancos cabellos, que le recitaba insistente unos versos de “La Odisea”:
“Hay a continuación una isla en el mar turbulento, delante de Egipto, que llaman Faros…”
Cuando despertó, Alejandro fue a esa isla que aparecía en su sueño. Mandó traer harina para enmarcar el enclave de la futura ciudad. Dibujó un círculo en forma de manto macedonio. No bien hubo terminado, cuando llegaron unos grandes pájaros que se comieron toda la harina. Cuando vio lo que estaba ocurriendo, Alejandro se turbó, porque pensó que aquello era un mal augurio. Pero, Aristandro, el vidente que lo acompañaba, le advirtió que el proceder de los pájaros pronosticaba que la ciudad sería rica y próspera y podría nutrir a hombres de todas las razas.

Cada vez que escucho las notas y los versos de Le Métèque, cobra vida esta hermosa leyenda.
Se me ha muerto Moustaki, aquel judío errante de Alejandría que cantaba en francés, en aquella lengua hermosa que más de una vez deseé que fuera la mía.
 Se me ha muerto aquel Yussef de barba en flor, con quien más de una primeriza universitaria, que éramos en aquellos tiempos, hubiéramos querido tener algo, siquiera fuera que te cantara al oído, con su facha de extranjero,  los versos de Le Métèque.
 ¡Éramos tan jóvenes en aquellos ochenta! ¡Y tan locos! Tan locos éramos,  que creíamos en los sueños y en el amor , capaces de redimir al mundo de su ponzoña de siglos. Quién más, quién menos, estábamos enamorados de amores, muchas veces platónicos, que tenían, por ejemplo, los ojos azules de Paul Newman, o los de aquel otro guapísimo y grandote Rock Hudson, que nos miraba, pícaro, desde alguna de las paredes desconchadas del comedor de un piso de estudiantes …
Quién más , quién menos, maldecíamos a aquel otro amor más real cuya figura aparecía en aquella foto tomada un día luminoso en un parque cuyo nombre ya no recuerdas. En el pie de aquella foto, había escritas unas palabras que, lo que son las cosas, jamás he olvidado: “Lembras-te dos nossos projetos?
¡Claro que me acuerdo de aquellos proyectos! Y de los que vinieron después ;  unos que se perdieron en el tiempo y otros que, incluso con la que está cayendo, aún  intentamos llevar a cabo. Proyectos que nos permiten caminar hacia nuestros sueños, hacia la utopía que sigue en el horizonte…porque “el hombre desciende de los sueños”, de sus pasos, de las huellas que sus zapatos van dejando, de los caminos que camina…

sábado, 24 de junio de 2017

Yo, mí, me, con usted...siempre


Le confieso que más de una vez, en estos tiempos del demonio que malvivimos, me ha tentado el ramalazo de negarlo todo. He querido desandar lo andado, pasar de puntillas sobre lo vivido. Reiventar la vida. Renacer de nuevo. Restañar heridas. Desatar una tormenta de versos, de esos que desafían a los pararrayos y no hay dios que haga carrera de ellos.  
En estos tiempos en que una se siente  abandonada y ahogada en hastío , no veo el momento de dormirme al abrigo de sus notas, Flaco, y decirle que lo quiero y soy sinceramente suya desde la primera vez que me cantó sus trovas. Daría mis siete vidas de gata maullando en los tejados por dejarme   acunar por esas notas suyas que hacen malabares en el pentagrama entre su vida y la mía.
Después de medio siglo y algo más he aprendido que puedo morirme de pan pero no de versos. Siempre estará usted ahí para hacerme regresar al tiempo en que lo conocí; un tiempo de balcones abiertos, de guitarras que daban la nota en medio de la noche en aquella solitaria Plaza de la Audiencia. Noches de viernes traspasadas de luna y algún beso furtivo que aún regresa de madrugada dejando en la boca un sabor a ceniza y olvido.
¡Qué bueno que regresaste, querido Joaquín, para negarlo todo y ponerme la vida panza arriba! ¡Qué bueno que me trajiste de nuevo tus palabras para llenarme el alma de dicha!
Buenas noches, Flaco, mi corazón y yo le agradecemos sinceramente sus desvelos y quedamos a los pies de sus versos.
Mª José Vergel Vega






domingo, 18 de junio de 2017

La última noche



 Fue una noche de Junio en que oímos pasar los elefantes.
Ambos sabíamos que cada vez quedaba menos tiempo; que de allí a poco, llegaría el momento que ninguno nos atrevíamos a nombrar.
Y aquel momento llegaría, lo sabíamos ambos, más pronto que tarde.

Buscaste sus manos, y él no rechazó las tuyas. El tiempo que os quedaba se había convertido en un lago de aguas frías donde uno de los dos se sumergiría sin remedio.
Y tú lo sabías, todo se acabaría ahí, en el fondo de aquellas aguas heladas.
Aún se oían los elefantes y crecía en ti la necesidad de pedirle que aguardara un poco, que no se fuera todavía. Acaso tú no lo sabías o no querías saberlo, pero para entonces él ya estaba lejos, más allá de la frontera de los vivos.
Él se iba dejándose mecer por el agua. Sonreía. Así querías creerlo; a fin de cuentas, siempre había sonreído. Toda su vida había consistido  en poner estrellas donde tú sólo veías oscuridad.
Hay momentos en que llegan  las lágrimas cuando piensas  cuánto le querías, cuánto necesitas de sus manos. Manos capaces de sostener todo tu universo.