“…Y cómo huir cuando no
quedan islas para naufragar”
(Peces de ciudad, Joaquín Sabina)
Creedme
cuando os digo que es muy recomendable, tener a mano unos ojos como los de Paul
Auster. Espero que sigáis mi consejo, porque sé de lo que hablo. Unos ojos como
esos, pueden ser necesarios para echar a andar cada día; o mejor, para no
perder, en algún embate inesperado, las alas de la ilusión.
Esa que
cotillea mis cuadernos y que ustedes conocen igual que yo, había dejado Leviatán,
olvidado encima de la mesa. A servidora le gusta leer y mucho, pero los
autores norteamericanos no han sido nunca santos de mi devoción lectora. Pero, sólo
por los ojos que tiene este tal Auster,
me empeñé en hacer el esfuerzo.
Confieso que la experiencia resultó fascinante. De todas formas, para
ser honesta, os diré que hacia la página sesenta, o tal vez antes, estuve
tentada de abandonar la aventura; pero mi orgullo de lectora convencida le dio
un manotazo al mal pensamiento y continué…y continué, y… ya no pude dejarlo
hasta el final.
Me dejé
envolver por una trama impecable, hecha de casualidades que, bien pensado, no
son tales. Todo está perfectamente conectado, ni sobra nada ni hace falta nada;
y todo, con un ritmo narrativo perfecto.
A través
de los dos escritores protagonistas de la historia, Peter Aaron y Benjamín
Sachs, el propio Auster se nos hace presente en la novela.
Leviatán, comienza con una fórmula potente, de esas que
hacen lectores: “Hace seis días un hombre
voló en pedazos al borde de una carretera en el norte de Wisconsin”.