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"Soñamos la misma ciudad...(El invierno en Lisboa. Antonio Muñoz Molina) |
Hace unos días regresé a Lisboa, por
esa manía que a los humanos nos entra de volver a los lugares
en los que fuimos felices o sentimos la ilusión de la felicidad.
Confieso que vuelvo a esta ciudad
como si volviera a los brazos de un amante . Por ella lo dejaría todo,
aún sabiendo que nada dura para siempre y que lo de los amores eternos es
un cuento que siempre termina de aquella manera.
Pero el paso de los años nos enseña
que para amar es preciso doler, dolerse.Y a mí me duele el color ocre del
cielo de Lisboa, la ciudad que se marcha nuevamente en este barco de Abril que
al otro lado de la ventana se deshace en colores.
La melancolía , incluso en primavera,
es de un gris intenso, tanto, que amenaza descargar un intenso aguacero.
Una y mil veces sostengo que no hay
cielo como el de Lisboa. A mí me cabe la dicha o la desdicha de tener con esta
ciudad una relación de amor-odio que me hace entregarme a mi particular “libro
del desasosiego”, al no parar quieta, a dejarme llevar en brazos del
insomnio cada vez que ante mí se abre la promesa de verla de nuevo.
Lisboa es una amante que espera y que
a la vez se muestra esquiva. Me enamoré de ella una tarde con el consentimiento
alevoso de la poesía… leía unos versos de Ángel Campos que evocaban una
ciudad blanca…refugio cierto en el que recalar en alguno de los vaivenes
de la vida.
Y el idilio dura desde entonces, con
altos y bajos como en todas las relaciones. A veces nos declaramos amor eterno,
otras nos herimos con tanta saña que las heridas hacen mella en el corazón por
amar demasiado: te quiero porque me matas y es por eso que te quiero.
Lisboa es una y cientos . Es la isla
en que naufrago, en la que encuentro la luz de unos ojos que, por momentos,
siguen brillando para mí y me esperan.
Lisboa me salva y me condena. Lisboa
es ángel y demonio. Lisboa es alegría , pero también sabe ponerte toda la
tristeza que le sobra encima de los hombros, una tristeza de siglos. Y entonces
me hago tan pequeña como aquellos niños que jugaban a sus sueños en un viejo
patio. Y pienso que las cosas no han cambiado tanto, que los sueños se
repiten y que otros alimentan hoy los mismos deseos que antaño
alimentamos en un patio como éste …os nossos projetos…
…Y el tranvía se pierde lento Mirador
de Santa Luzia arriba .
¡Qué vieja esta Lisboa y qué viejos
nos hacemos nosotros! En la boca , un sabor a tierra decrépita, con el regusto
de cuando la vida era más simple y verdadera.
Me quedo muda …y en el vuelo de una
gaviota otra vez esos dichosos ojos que me salvan y me condenan.
Siempre me marcho de Lisboa con la
sensación de que la he amado poco, de que siempre ella me da a mí mucho
más de lo que yo nunca podré darle. Y siempre me voy con la promesa
machacona de que algún día haré el equipaje definitivo.
Lisboa entre el olvido y la memoria;
entre los idus de Marzo y las aguas apaciguadoras de Abril, de este Abril que
despierta con promesa de más vida.
Abril lejos de Lisboa es la lluvia
que cae y nos limpia…Abril es sol y arcoiris…promesa de sueños que un día han
de cumplirse.
Abril, lejos de Lisboa, es melancolía
y versos de una ciudad lejana y que a la vez está tan cerca.
Me sucede que cada abril beso una
estatua de sal y voy y vengo lamiendo la melancolía de unos labios que
declaraban su amor al cielo de Lisboa en medio del bullicio necesario del
Chiado.
Confieso y sospecho, como la Lucrecia
de Muñoz Molina, que mi verdadera vida está esperándome en Lisboa.
Mª José Vergel Vega
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