martes, 15 de marzo de 2016

El Conde Arnulfo


Hace muchos, muchos años, vivía en un Castillo un Conde que se llamaba Arnulfo, que era más malo que un cuervo.
Arnulfo no entendía por qué tenía que cargar con el terrible peso de la maldad a los ojos de la gente.
 ¡Si lo dejaran!¡Si alguna vez se acercaran a hablar con él lo conocerían realmente! Pero lo habían condenado a estar solo, quizá para siempre.
Tampoco entendía por qué lo comparaban con el cuervo. ¿Era acaso un ser oscuro a los ojos de la gente y por eso lo consideraban un ser maligno?
_Quizá me he dejado llevar demasiado por la inercia de mi nombre, ¿o son ellos los que se dejan llevar? ¡Algunas palabras pueden ser tan poderosas!-pensaba a menudo Arnulfo. A uno, al nacer, deberían ponerle nombres luminosos como Daniel, Manuel, con los que asomarse al mundo a través de grandes ventanales.
Pero en su familia, todos sus antepasados habían tenido nombres que no invitaban precisamente a la hermosura y a adornar a quien los llevaba con un halo de bondad: Úrsula, su madre; Sisebuto ,su padre; sus abuelos , Turismundo y Tulga; y sus abuelas, Ataúlfa y Gundemara. Y mejor no seguir, porque el árbol genealógico era desolador, se lamentaba Arnulfo.
¡Qué culpa tengo yo de llamarme Arnulfo!
Y, en verdad, el Conde tenía razón. Y si hacemos caso de las crónicas, nos daremos cuenta que ni el conde ni sus antepasados eran malas personas por llamarse como se llamaban; sólo que entre la gente, algún hada maligna o cualquier otro ser venido del mismísimo Averno, había llegado a aquel condado a sembrar la cizaña, de que eran malos porque hay quien piensa que el nombre es más importante de lo que se piensa.
Y la cizaña creció, porque ya sabemos cómo se las gasta.


Llegó un día en que Arnulfo se había cansado de luchar contra lo que él creía un imposible desde el principio de los tiempos: que la gente lo aceptara y lo quisiera se llamara como se llamase. Por eso se encerró a cal y canto en sus Castillo con su nombre feo y su mala fama.
Y pasaron los días, las semanas, los meses, los años…
Hasta que una noche de luna ,generosa y clara, Don Búho, que estaba cansado de escuchar al Conde lamentarse de su mala suerte a las estrellas, le habló de esta manera:
_¡Buen Arnulfo: has de dejar que en ti y en tu casa entren la luz del sol, el color y el olor de las flores, el sonido del viento, la risa de los niños, las palabras de amor, el temblor del rocío en la mañana…y todas las cosas hermosas que imaginar puedas y dejarte inundar por ellas! Sólo así, la gente se dará cuenta de que eres un ser especial; porque has de saber que en tu nombre se unen la fuerza del águila y la nobleza del lobo.
Y así fue cómo Arnulfo se enteró de que a sus padres, que eran poetas, les gustaba jugar con las palabras; y, al agitar los nombres de Arnaldo y Ataúlfo, consiguieron un nombre nuevo que jamás, desde que el mundo es mundo, se le había ocurrido a nadie.
Una gran sonrisa se dibujó en el rostro del Conde y, al día siguiente, mandó a su secretario que pusiera a la entrada del  Castillo un cartel que dijera:








Y cuentan las crónicas que, desde aquel día, que siguió a la noche de luna clara y generosa en que le habló Don Búho, de la pila bautismal del Castillo más de un infante salió llamándose Arnulfo.



2 comentarios:

  1. Los nombres son sólo un conjunto de fonemas susceptible de olvido. Lo realmente importante es lo que hay detrás de cada nombre, los corazones que palpitan cuando ese conjunto de fonemas es pronunciado, ahí es donde está la verdadera luz.

    Todos sabemos que hay danieles o manueles un tanto oscuritos ¿no crees? ;-))

    Besitos.

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