lunes, 17 de abril de 2017

San Benito de Nursia: La vida en los pronombres.

Foto TTN

Os dejo el pregón en honor a San Benito Abad, que tuve la inmensa dicha de compartir con los cañaveraliegos ayer 16 de Abril.

Hermandad de San Benito, presidente y directiva.
Señores Mayordomos.
Señores cofrades.
Señor Cura-Párroco de Santa Marina.
Señora  Alcaldesa.
Amigos y vecinos de Cañaveral.

Dejad que comience sincerándome y  que os diga que, a la par que profundamente agradecida, me siento abrumada y nerviosa por presentarme en este hermoso marco, ante vosotros y tener la osadía, nada menos, que de pregonar a San Benito, sin ser cañaveraliega.
¿Por qué acepté estar aquí esta noche, pregonando algo que es tan vuestro y que sólo vosotros, que lo habéis vivido desde la infancia, conocéis a la perfección? Sólo vosotros, queridos cañaveraliegos, sabéis el amor y la devoción que profesáis y demostráis a este santo con cara de niño.
Son varias las razones  que me llevaron a decir sí a este encargo tan difícil y tan especial.
Una de las razones es Lola Santos, que me llamó una mañana y me anunció la buena nueva, y que no era otra,  que a la Hermandad de San Benito le gustaría que yo fuera la pregonera de este 2017.
-¡Pero si yo no he visto nunca la fiesta!, dije en mi defensa.
No sé cómo se las apañó esta mujer de dulce y eterna sonrisa, pero de repente y sin saber muy bien cómo, me vi pronunciando un sí enorme y convencido. Y no podía ser de otra manera, ese sí debía de ser rotundo por Lola y por Leopoldo que, hace ya algunos años, se convirtieron en “compañeros del alma”, gracias al bendito Vía Dalmacia, el instituto que une a nuestros pueblos y en el que hemos vivido mil y una aventuras.
Y dije sí, porque la infancia de esta torrejoncillana son recuerdos de una fonda, que ahora mismo araña mis sentidos, en el Puerto de los Castaños, a la que iba con la abuela María Elvira a rendir visita a su pariente tía Jacinta “La del Puerto”, como yo la llamaba.
Aún hoy, y mira que ya han pasado años, me llega el olor de aquellos guisos, exquisitos y sencillos que preparaban las “muchachas”, las hijas de tía Jacinta. No tengo que forzar mucho la memoria para verme sentada en aquella cocina humilde ayudando, vaya usted a saber,  a cortar judías , escogiendo lentejas o las más de las  veces, como sería lo más normal,  correteando como un duendecillo entre fogones. Éste es uno de los recuerdos que me reconfortan el alma cuando una se pone un poquito mohína.
Otro lazo que me une a Cañaveral es la relación radiofónica que conecta vuestro pueblo con el mío. Las ondas han sido capaces de crear una relación muy estrecha entre nosotros, y el punto de conexión, el que ha sido capaz de enchufar los cables adecuados, no ha sido otro que Antonio J. Canales que, lo que son las cosas, está casado con Rosa, una de las nietas de tía Jacinta. Como podéis comprobar,  la vida está hecha de conexiones, yo lo creo profundamente. Todo, absolutamente todo, está conectado en este mundo.
Como véis, son muchas y de peso las razones por las que no pude negarme a la propuesta que me hacía llegar Lola con tanta ilusión. Pero hay otra razón más que pesa tanto como las otras.
Hoy, 16 de Abril,  es Domingo de Resurrección, y la vida para mí, en un día como hoy, tiene la peculiaridad de cubrirse de blanco.  Esa vida es creada de nuevo por manos divinas. Resurge con fuerza la energía renovada, la confianza en que el mundo un día terminará por estar hecho a la medida del hombre.
Domingo de Resurrección, hermoso día para pregonar el advenimiento de la luz, para poner nuestros pies sobre el sendero de luz que nos llevará al lugar donde se aloja el verdadero gozo de vivir.
Hoy me sumerjo en el blanco para invitaros a nacer de nuevo, para que renovéis la esperanza en quienes os rodean, para que desterréis los malos augurios, la desgana de vivir que las cosas malas de este mundo nos producen. En medio de ese mar tan blanco del Domingo de Resurrección, flotan unas palabras de Santa Teresa de Jesús, la santa de Ávila, que me acompaña en muchos momentos, sobre todo en aquellos en los que la vida se descose un poquito: “Tristeza y melancolía no las quiero en casa mía”. Y eso es el Domingo de Resurrección: dar de lado a las tristezas y coser la vida para que brille de alegría.
Perdonad que no pueda incluir entre mis razones las vivencias y recuerdos de esta fiesta que tanto amáis. Intentaré que mis palabras sean capaces de hacer justicia a este santo sencillo, y haceros justicia a vosotros , a vuestro pueblo y a vuestras hermosas tradiciones.
¡Que San Benito me guíe en este cometido!
Uno de mis mayores miedos, ese que se me presentaba en medio de la noche, perturbando mi descanso, era qué podía decir yo, una profana en la materia, puesto que no había tenido la ocasión de vivir la fiesta en primera persona.
Una vez calmada la ansiedad que todo nuevo reto provoca en nuestro ánimo, lo primero que me cuestioné fue qué podía aportarnos, a nosotros habitantes de este siglo XXI que a veces, día sí día también, ¿verdad?, nos asfixia tanto,  qué podía aportarnos este santo con cara de niño y poso de sabio, en estos tiempos de noticias asesinas que tiñen de sombras nuestros días.


La Regla  de San Benito, que tiene ya muchos siglos de existencia, puesto que se fecha allá por el año 530 , aunque no se puede afirmar categóricamente que sea esta fecha, fue donada a través de un manuscrito por el Papa Zacarías a la Abadía de  Montecasino a mediados del siglo VIII. Allí, en Montecasino, la encontró Carlomagno, unificador de las tierras cristianas de Occidente, a finales del siglo IX y ordenó repartir un ejemplar a cada monasterio del Imperio. Una de las copias de ese manuscrito se conserva hoy en el Monasterio  suizo de Saint Gall, para que no olvidemos nunca volver nuestros ojos a estas enseñanzas.
Una regla, basada en un sencillo y llano sentido común,  en la que San Benito insiste en la vida comunitaria y el espíritu familiar y que fue escrita en un principio para los monjes cenobitas, que eran los más estables, ya que vivían en un monasterio bajo la tutela de un Abad, los otros tipos de monjes, más nómadas, no ofrecían todas las garantías a San Benito.
Pudiera parecer que esto no va con nosotros, ciudadanos del siglo XXI, pero comprobaremos que estamos muy equivocados si  leemos la historia de San Benito Abad, y nos detenemos a reflexionar sobre su Regla. Comprobaremos  que de su lectura extraemos  fácilmente, ejemplos prácticos para la vida, unos fundamentos filosóficos para andar por el mundo que buena falta nos hace llevar a mano en nuestro equipaje de caminantes.
Dicen de él que fue un monje perfecto. Ya desde niño, refleja San Gregorio Magno, que “tuvo cordura de anciano”.
A solas consigo mismo, con las tribulaciones de su alma, dicen las crónicas que abandonó su casa y los bienes de su padre y decidió huir del mundanal ruido y dedicar su vida a Dios como principio y fin, como Alfa y como Omega.
Benito de Nursia fue un maestro de virtudes, amante entregado de la soledad. Supo vivir consigo mismo por amor a Dios, pero sobre todo, yo creo que por amor a la   Humanidad, porque prefirió buscar el modo correcto de darse  a los demás a través de hacer un ejercicio de introspección. Comprendió que sólo conociéndonos a nosotros mismos, en la soledad del corredor de fondo,  indagando en lo que somos, podemos llegar a conocer al prójimo y  respetarlo como el ser sagrado que es y del cual formamos parte.
San Benito tuvo el acierto de acomodarse a vivir en los pronombres, como más tarde dijera uno de aquellos miembros de la maravillosa y necesaria Generación del 27, Pedro Salinas. Unos versos que os recomiendo y que a mí me hicieron conectar al poeta con el santo, sería quizá por una de esas conexiones que encuentras en el camino, sin saber muy bien cómo; o quizá porque los poetas, al igual que los santos, tienen la dicha de comunicarse con el mundo divino:
Para vivir no quiero
islas, palacios, torres.
¡Qué alegría más alta:
vivir en los pronombres!
¡Qué curioso! ¿Verdad? ¡Qué cerca Benito de Nursia y Pedro Salinas a tenor de estos versos. Sólo los poetas y aquellos que son tocados por el aliento divino son capaces de comprender que debemos nuestra voz al prójimo y a ella ha de encaminarse para fundir el yo en el nosotros y reconocernos en él, y esto sólo se consigue desde la soledad del yo. San Benito lo supo.
Porque “por la exaltación se baja y por la humildad se sube”, reza una de las reglas de San Benito, reglas que no sólo sirven, insisto,  para el mundo monacal, sino que están ahí para alumbrarnos y facilitarnos el camino a los seglares, a los caminantes que paso a paso, caminamos hacia el horizonte un día tras otro en busca de un cachito de paraíso en esta tierra inhóspita que habitamos. Y el horizonte y la utopía , como diría Eduardo Galeano, tienen la mala costumbre de alejarse un paso más cuanto más cerca estamos de ellos, y puede que, cansados de caminar, nos dejemos  vencer y detener nuestros pasos. Pero no hay que detenerse, caminantes, porque la utopía y el horizonte alguien los puso en el mundo para alentarnos a eso, a seguir caminando. Sólo aquel que no desiste, llega a buen puerto. Se hace camino al andar que dijo Machado. ¡Qué cerca los santos y los poetas!
Que tratemos siempre de ser ornados por la “humilitas”, ese sentimiento de pequeñez que debería  embargarnos  a los  hombres frente a todo lo creado. Por eso, la vida en los pronombres, el diluirnos en el otro para reconocernos como criaturas humildes y  sabernos limitados; esa vida desde el nosotros que nos permita despojarnos  de inflamados egos que sólo conducen a convertir en siervos a nuestros semejantes, utilizándolos  para encumbrar al Yo a Director General del Universo: el Yo como dios en la tierra y esto es muy peligroso.
San Benito, conocedor y ejemplo de “humilitas”, pregonó la normalización de lo heroico y la heroicidad de lo cotidiano; o lo que es lo mismo, sólo a través de amar las pequeñas cosas llegaremos a ser grandes. Somos criaturas al servicio de los demás y no debemos vanagloriarnos de nuestros actos, pues esto sólo conduce a la deshumanización y, por ende, a la cosificación del hombre. Pequeñas cosas, de las que sabe mucho San Benito,  como por ejemplo la lectura en voz alta durante las comidas, intenso placer del que disfrutaban los monjes de la orden de San Benito, que debían de respetar el silencio como una de las normas sagradas  de la comunidad en la que vivían, cuando precisaban algo durante la comida debían solicitarlo por signos, de tal manera que ninguna voz interrumpiera la voz del lector, porque ese lector estaba cumpliendo un encargo divino: dar alimento al alma: ¡Dejad leer y dejad danzar!, diría Voltaire más tarde.
Os invito a  vivir en los pronombres y volver los ojos hacia el ejemplo vital de San Benito Abad, al “Ora et Labora”, regla de reglas, precepto a tener en cuenta a la hora de echar a andar cada día cada cual a nuestros asuntos. Orar cada uno como le salga del corazón, profese la religión que profese, abrace el credo político que crea conveniente…orar  de manera libre, como nuestra alma sepa o necesite hacerlo. Y trabajar para que las labores cotidianas no nos conduzcan a la alienación ni a la falta de dignidad. Oración y trabajo como regalos de la divinidad.
Orar y trabajar en esta Europa de la que formamos parte y de la que es patrón San Benito desde que en 1964 Pablo VI lo proclamara como tal a través de la Carta Apostólica “Pacis”; esta  Europa que necesita con urgencia que lo moral prime sobre lo económico. Esta vieja Europa que necesita  no mirar hacia otro lado ante las guerras que asolan el mundo y que no nos quedan tan lejos; ante la gente sin patria que vaga por los caminos y a los que encerramos como animales para que no osen alterar nuestro estado de tranquilidad; ante los mil y un náufragos que no encuentran un puerto seguro en el que recalar día tras día, a los que contemplamos impasibles morir en la arena a los pies de nuestra indiferencia…, ante los 800 millones de nuestros semejantes que se acuestan con hambre cada día y a la aurora les pueden el dolor y la desesperanza de sentirse abandonados por una Europa que cada vez recorta más en cooperación y desarrollo . Y, desgraciadamente, suma y sigue.
 Hay que cambiar ese hay que hacer algo para después no hacer absolutamente nada: “ Igual que una flor bella y de brillante color, pero sin perfume, así de estériles son las buenas palabras de quien no las pone en práctica” (Buda). Traigo esta cita a colación para qué veáis qué cerca están los fundamentos morales en todas las religiones del mundo, somos nosotros los que levantamos muros de intolerancia y nos dejamos llevar por los radicalismos.
Porque tendemos a creer que aquel que viene de fuera, ¡qué concepto tan extraño: “aquel que viene de fuera”. ¿Somos acaso dueños de la tierra? Somos, merced a todas estas cosas,  seres contradictorios que a la par que hablamos de globalización acotamos el terreno que consideramos nuestra porción de tierra prometida. ¿Por qué cerrar fronteras, si el mundo debería ser un lugar libre de ataduras y libre de ataduras debiera de estar la gente que lo habita? El mundo no es de nadie y es de todos.
Hemos de ser valientes y pasar de los lamentos a los hechos y hemos de hacerlo por aquellos que no pueden con la piedra de la opresión que portan sobre su espalda. Y debemos hacerlo, aún a sabiendas, que aquel que se atreve no ya a decir, sino a hacer lo que ha dicho, lo más probable, es que esta sociedad tan intolerante en la que vivimos, en la que sigue muy presente, y que nadie se me escandalice,  aquel cruel Código de Hammurabi (ojo por ojo…) y no la Regla de San Benito…le salga al paso y acabe con los buenos propósitos de construir un futuro mejor.
Quien se atreve a ser libre en sus dichos y en sus actos, termina por ser un proscrito de la sociedad. Pero hay que buscar la manera de no achantarnos ante las injusticias; conociendo nuestra propia indignidad, decía San Benito, haremos dignos a quienes nos rodean, que son nuestros semejantes, no lo olvidemos. Nuestro acto de rebeldía para con este mundo ha de ser vivir pese a todo.
Haremos un mundo más justo cuando nos sintamos orgullosos de lo bueno que llevamos dentro. Hemos de intentar, intentarlo al menos, ofrecer a los demás la parte de santidad que cada uno albergamos dentro. No olvidemos que somos humanos y que hemos de amar al prójimo sobre todas las cosas. En todas las almas hay sembradas semillas de bondad, sólo hay que dejar que florezcan.
Oración y trabajo para terminar con la indiferencia, para  al menos intentar hacer de este mundo la antesala del paraíso. ¿Es posible un mundo menos inhóspito en el que todos tengamos reservado el lugar en el que rozar , siquiera unos instantes, la felicidad y la dicha de estar vivos? ¡Eso es una utopía!, gritarán y se reirán en nuestra cara los que  no les interesa que los vencidos, los parias del mundo- etiquetas que ponen ellos-   en las muchas batallas de la vida, puedan arrancarse los jirones de desprecio y vestirse, someramente, de dignidad.
 ¡Benditos los utópicos porque ellos saben que sólo caminando pueden conseguirse las metas, hacerse realidad los sueños!
“Hay que tener un deseo tremendo de ir al cielo”, éstas fueron , según rezan las crónicas, las últimas palabras que salieron de la boca de San Benito. Hemos de vivir con ese deseo, es necesario que así sea. Y yo añadiría que hay que desear que el cielo esté en esta tierra maltratada por hombres de baja estopa que juegan a ser dioses y que cada vez hunden más en el fango a los débiles. Debemos esforzarnos por hacer de la tierra la antesala del cielo, y esto sólo tiene un camino: nuestras manos dispuestas.
Utilizar nuestras manos para construir un paraíso que a todos acoja, borrar fronteras, derribar los muros que algunos se empeñan, día tras día y discurso a discurso  en levantar.
Seamos valientes, como lo fue San Benito, caminemos hacia Utopía. Tengamos el coraje de cogernos de la mano y moldear un futuro en el que nuestras almas y anhelos se encuentren y se abracen.
Los “yoguis” utilizamos la palabra “Namasté”  cada vez que nos entregamos a la hermosa tarea de reconciliarnos  con nosotros mismos y con el mundo: “Namasté”, o lo que es lo mismo, mi alma saluda a tu alma, que es como decir, aférrate a mi mano y seremos capaces de poner el cielo a nuestros pies.
SALUDAR, hermosa palabra, que no es otra cosa que “dar salud”, la misma palabra lo dice.
¡Qué gesto tan sencillo, pero cuánto nos cuesta! ¡Cuánto nos cuesta encontrar unas normas que no dañen a nadie y faciliten la convivencia del nosotros global, sin ninguna distinción. Lo mejor, o lo peor, según como se mire, es que esas normas existen, me atrevería a decir,  desde el principio de los tiempos, y sabios y santos como este San Benito vuestro, y ahora ya un poco más mío, vino al mundo para recordárnoslo: “Cada comunidad debe ser como una buena familia donde todos se amen”.
Una comunidad o una familia donde se nos valore por lo que somos y no por lo que tenemos. Que aquello que atesoremos tenga un cariz  inmaterial, porque eso nunca se acaba, cuanto más damos más recibimos y más tenemos para volver a dar: a la tarde de la vida te  examinarán del amor, decía San Juan de la Cruz, puesto que el amor es la fuerza que mueve el mundo. Que estemos dispuestos a repartir a manos llenas: humildad, amabilidad, paz, dignidad, amor…conceptos que la mayoría de las veces guardamos bajo siete llaves por miedo, tal vez, a parecer ñoños; pero, creedme, que en este mundo, que una tiene la sensación de que se nos está yendo de las manos, nos hace falta mucha , pero que mucha ñoñez.
Nos hacen falta gestos amables, manos dispuestas para caminar unidos, para encontrar caminos de entendimiento, nos hacen falta palabras de aliento…
Digámonos palabras hermosas, regalémonos el oído, porque a  través de la liturgia de la palabra podemos llegar a ese punto del camino en que todos entendamos lo que la vida es en esencia: darse uno mismo para reconocernos en el otro. ¿No es esto vivir en los pronombres?, como San Benito, como Pedro Salinas, como tantos santos, sabios  y poetas, hombres y mujeres de buena voluntad han pregonado desde el alba de los tiempos lo mismo que estoy pregonando yo esta noche. Ofreceros mi yo para vivir en el nosotros, para que hagáis vuestras mis palabras si lo creéis necesario, para que todos hagamos nuestras las palabras de San Benito.
¿Por qué pudiendo ser amables, nos zaherimos?
“No soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”.
Siempre me pareció ésta una de las frases más hermosas que he escuchado nunca, una de las pocas frases que es capaz de removérmelo todo por dentro. Palabras que todos habéis reconocido y que fueron las que dijo a Jesús de Nazaret un centurión romano cuyo criado estaba enfermo.
Las palabras tienen la capacidad de sanar, de dar salud, de saludar, sólo hay que usarlas desde el amor, desde el respeto, desde la humildad, desde el sabernos iguales, considerando, eso sí y no es ninguna incongruencia,  sagradas nuestras diferencias.
San Benito hablaba de “Taciturnitas”, que no es otra cosa que el uso adecuado y consciente  de la palabra. Utilizar las palabras cuando verdaderamente sean necesarias, no se ha de perturbar el silencio en vano. Espero que yo esta noche no esté violentando esta sagrada regla. Porque usar la palabra para alentarnos no es romper el silencio en vano, vale la pena romper el silencio cuando es para insuflar ánimo en el otro.
Permitidme que en esta última parte, porque hasta aquí he estado muy seria, ya que creí necesario reflexionar sobre la sabiduría de vivir de San Benito, tan necesaria para que no acabemos por sentirnos náufragos en medio de este mundo loco, permitidme me convierta en aquella pregonera  alegre de raigambre albertiana y pregone la dicha que tenéis de vivir en esta tierra que continúa conservando el precepto de la hospitalidad benedictina. Gracias por haber hecho que me sienta uno más de vosotros.
Pregono, una vez más, la dicha de vivir en los pronombres, como un día lo hicieran  San Benito de Nursia y Pedro Salinas.
Que San Benito bendiga esta tierra y los pasos que déis en ella cada día, porque en ella el sol enciende luciérnagas entre las ramas de los árboles.
Que San Benito bendiga estos lugares tocados por manos divinas  en los que corren por el cielo ríos de estrellas y el corazón late al ritmo caliente de las cigarras.
Bendita sea vuestra intrahistoria. Benditos vosotros, cañaveraliegos, que os sentís dichosos de transmitir vuestras costumbres de generación en generación, acto de humildad y de grandeza para los que vendrán después. Con este gesto estáis contribuyendo a hacer un mundo más  justo, puesto que lo que sois sale de esa parte buena del alma y hace que os deis a los demás como regalo imperecedero.
Que San Benito os guarde, cañaveraliegos, a vosotros y a este hermoso pueblo que, estoy segura, merced a haber andado sus caminos, que lo guardan también las hadas del Arquillo. Que este santo con cara de niño os siga haciendo caminar por la senda de la alegría y la entrega a los demás, porque todo lo que hagamos por el prójimo lo haremos por nosotros mismos, porque el yo sólo puede ser grande si se reconoce en el nosotros y forma parte de él.
Que San Benito nos lleve por esta senda de la vida en los pronombres para hacer de esta tierra, en la que habitamos, un lugar digno en el que seguir echando raíces y en el que permitamos recalar a los desarraigados. Que él, en este domingo tan blanco, de Resurrección, nos ayude a desprendernos del hombre viejo y a revestirnos del hombre nuevo para recrear  un mundo de luz. Que las enseñanzas de San Benito se hagan presentes , como ejemplo y guía, todos los días de nuestra vida.


Mª José Vergel Vega, Torrejoncillo Marzo-Abril de 2017.

3 comentarios:

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  2. Hermosisimo Maria Jose. Gracias por esas palabras tan inspiradoras que merecen ser releidas una y otra vez. Gracias por fundir tu yo con nosotros. Namasté.

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    1. Gracias, Soledad. Para mí fue un placer compartir mis palabras con vosotros. Namasté.

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