sábado, 2 de febrero de 2019

Por unos limones de nada

Foto de Martina Rodríguez


Son las pequeñas cosas las que pueden cambiar el mundo a la deriva. Yo me lo repito como un mantra cada día.
Estas palabras, que ahora escribo desde la inmediatez del sentimiento, tienen música de adagio. Lo que quisieran reflejar no es otra cosa, que el temblor que este sencillo acto provocó en mi corazón y en el corazón de Julia.
Si la vida te da limones, regala alegría a los demás.
La puerta de la casa de Tati se ha llenado de cestos de limones, cogidos con mimo, expuestos ante nuestros ojos para nuestro regalo, como una ofrenda de  amor hacia sus vecinos. Limones que nos remueven las tripas y nos hacen sentirnos humanos, para saber que aún no es demasiado tarde, que aún somos uno con el mundo, que tenemos el alma pespunteada de buenos sentimientos.
Unas simples cestas de limones, nos activan el resorte que nos permite cambiar la perspectiva desde la que vemos el mundo.
Me emociona el gesto de Tati que cogió esas frutas entre sus manos. Me emociona que nos las ofrezca como don de PAZ.


Benditas las manos que se dan a los otros, porque ellas han comprendido que esa es la verdadera esencia de la vida. Si me doy al otro a través de mis actos, vivo en el otro y el otro vive en mí.
Unas  sencillas cestas de limones nos muestran la más cierta y básica filosofía de vivir: el darnos a los demás sin importarnos que nuestra dádiva sea pequeña. Todo es relativo en el mundo en el que vivimos, y lo pequeño, en más ocasiones de las que creemos, puede llegar a ser enorme.
El gesto de Tati nos descoloca, porque el mundo lo hemos vuelto pura competencia. Se nos va la vida preparando el órdago que nos convierta en los mejores, y nos sentimos arrastrados a malvivir con prisas todo aquello que nos pasa. Nos conducimos como hombres y mujeres con el corazón de hojalata, incapaces de reparar en lo que sucede a quienes caminan a nuestro lado.
El hermoso detalle de Tati, nos hace regresar a un mundo recién creado. Esas humildes cestas de limones encierran cachinos de sol para encendernos la sonrisa, para curarnos las heridas, para pensar que la tierra que habitamos es la madre primigenia de la que todos procedemos, la Pachamama de los incas, la madre protectora que cuida por igual a todas sus criaturas.
Quizá lo que ocurre es que estamos buscando la felicidad por el camino equivocado, y  para ser felices, para ser inmensamente felices, para llorar siendo felices, nos bastan unos limones de nada que alguien como Tati, pone en nuestras manos.
Mª José Vergel Vega




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