martes, 2 de abril de 2019

Sueño con serpientes

Perseo y Medusa. Benvenuto Cellini (1500-1571)


Dicen que siempre fueron más bellos los ángeles exterminadores. Un viento azul del norte no ha dejado de soplar en mi costado y a estas alturas de la tarde me siento ángel caído, vencido y cándido.
Encierro en mi Cuaderno la  certeza de que mi pensamiento va de lo que escribo a tus ojos y a tu rubia cabellera mecida por otro viento más amable y siento que hay éxodos que duran toda la vida y quizá el camino no dé para tanto.
Lo cierto es que para nadie es ya un secreto que estoy de un triste superlativo y que las musas tomaron por costumbre dormir en los jardines ajenos. Quizá por eso las palabras que escribo hieren mi cuerpo como zarza que engulle el camino.
La realidad hace tiempo que adquirió el hábito de darse de bruces contra el deseo y el choque deja en el ambiente un olor a uvas agrias que fermentan en la tinaja de la noche.
Lo cierto es que me cansa todo lo que doy por cierto y no sé a ton de qué bebo tan despacio el veneno que me ofrece la esquiva de tu boca.
Entre sorbo y sorbo , el veneno requiere ser paciente, suelo aprovechar las noches de verano para darme a la alquimia de guardar en frascos chiquitos el aroma de vidas, verdaderas o inventadas, que fueron y que aún son capaces de perfumarme el alma.
En uno de esos frascos guardo la huida de Jacob y Raquel , con sólo su amor a cuestas, hacia el destierro que les imponen unos Reyes poderosos y la intolerancia de sus vecinos, cristianos viejos. Cuando lo destapo, se extiende por el aire un perfume a manzanas con miel y si acerco mi oreja escucho el eco del  Ambroz, como un torrente de agua que duele y que taladra el corazón.
Escribo que siempre hay alguien que se marcha de algún lugar querido como pago a las ínfulas de algún poderoso y que en todos los éxodos al que verdaderamente destierran es al corazón.
Cuando la noche se pone íntima me despojo de los vestidos del día y guardo, en un frasquito diminuto,  los rayos de luna que quedan pegados a mi cuerpo.


Destapo el nuevo frasco y escapa un olor a incienso y sábanas blancas que orea el viento . Me pongo unas gotas, y soy como Medusa con todo el mar en los ojos y mi cabeza coronada de serpientes.  Es indescriptible la metamorfosis que una simple mortal puede sufrir si se deja seducir por la luna:  soy el monstruo que hizo de aquella sacerdotisa  Atenea,  condenado a vivir en las tierras hiperbóreas, allí donde el dios Apolo acudía para ser eternamente joven.
Como Medusa, la Guardiana, la más pura de todas las Gorgonas,  doy al viento mis brazos para olvidar que fui un capricho de un dios cruel, para apartar de mí el asco ardiente de su sexo en mi cuerpo puro y virgen.
Esta noche de luna el viento me hace danzar , señal de que  un nuevo éxodo está servido. Las mujeres sabemos mucho de destierros y de crímenes sin castigo. Por eso, merced al bálsamo que perfuma mi cuerpo  soy Antígona, Electra, Medea, Hécuba, Helena, Ifigenia, Medusa y todas cuantas mujeres han sido arrojadas al fuego del escarnio y la tragedia  por el capricho de dioses y hombres.
Esta noche mi nombre es el de todas las Medusas anónimas con las que nos cruzamos a diario y estoy en el dolor de las madres de Gaza  que contemplan la muerte en los ojos abiertos de sus hijos y que ya no creen en la aurora de la justicia.
¡Hemos sido tantas las mujeres condenadas a jalonar de piedras el camino de la vida! ¡Qué desazón no poder contemplar al Amor con la pureza de la mirada! ¿Qué pecado cometimos para que llenaran de serpientes nuestras cabezas? Mas, aquello que no nos mata nos hace más fuertes.
El ojo de las Parcas, hilanderas del destino, anuncia que se acerca el tiempo de la venganza y me tiendo en la negrura de la noche  a esperar un nuevo Perseo de aladas sandalias dispuesto a ejecutar el castigo de los dioses.
En cuanto cierro los ojos, sueño con serpientes que han hecho de mi cabeza su casa y me siento la más inmortal de las mortales. Comprendo que la vida es un éxodo doloroso por el merece la pena transitar. Perseo llega a la hora indicada, el viento azul pegado a mi costado así lo anuncia. De un tajo certero, cercena el cuello de Medusa y de la carne muerta brotan nuevos hijos para recordar a los dioses que no todo lo tienen controlado.
Guardo en el cáliz de la noche la sagrada sangre derramada de Medusa, la más bella de las Gorgonas. Su sangre alimentará nuestros pasos el tiempo que dure nuestro éxodo.

Mª José Vergel Vega





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