Aunque bajo la tierra
mi amante cuerpo esté,
escríbeme a la tierra
que yo te escribiré.
(Miguel Hernández)
Hay miércoles que parecen martes, y hace tiempo que
descubrí que los martes tienen música de tango. Lo que quiero decir con este arrebato
poético, es que en ocasiones la vida se nos pone un tanto sentimental y nos da
por llorar por los rincones.
Ya saben ustedes que soy una viciosa de los archivos
y los papeles apolillados y, rebuscando hace ya algún tiempo, di con una carta
de un soldado torrejoncillano al que como a otros muchos tocó irse al frente en
aquellos amargos años de la Guerra Civil.
La carta la encontré ya hace algunos años y les
confieso que lloré lo que no está escrito. Días atrás, sin buscarla
expresamente, he dado con ella de nuevo y las lágrimas han vuelto a aflorar.
Son cuatro letras que un soldado le escribe a su
esposa posiblemente a la luz tenue de alguna mala bombilla o de una vela medio
apagada, con un lápiz a punto de consumirse al que, de vez en cuando, humedecería
la punta con saliva. Las palabras se
esparcen por una cuartilla, sucia y amarillenta, de las que antes se utilizaban para escribir
cartas. En la carta, el soldado expresa su ferviente deseo de que al recibirla
la esposa se encuentre buena. Sólo le escribe a María para decirle que él y sus
paisanos han llegado bien y que están todos juntos. Se demora el soldado en la
despedida, que le de recuerdos a toda la familia en general, besos y abrazos
para sus queridos hijos y para la esposa, un abrazo muy fuerte de éste que la
quiere y nunca la olvida.
¡Cuántos sentimientos verdaderos hay encerrados en
esta carta tan sencilla, cuánta adoración por la esposa y cuánto cariño por los
hijos que queda atrás!
¡Cuánto dolor hay también en esta carta!
Dicen que el amor se crece en las circunstancias
adversas. Leyendo esta carta doy fe de que es cierto, que el amor va más allá
de las guerras e incluso de la misma muerte.
Me duele en el alma esta carta; sobre todo porque me
atrevo a asegurar que nunca llegó a su destinatario, a María; pues si hubiera llegado la carta no estaría
en el Archivo como es fácil suponer. En
realidad al soldado ni siquiera le dio tiempo a enviar la carta porque perdió
la vida en un fatal accidente; por eso la carta se guarda junto al acta de defunción
y otros documentos entre los legajos del Archivo Municipal de Torrejoncillo.
Me duele esta carta que María nunca recibió y se me
hace un nudo en la garganta al pensar cómo sería a partir de entonces su vida
sin el esposo soldado, sin poder tener ya el consuelo de las palabras escritas
en renglones torcidos que le llegaran del frente, sin poder recibir ya nunca
más los besos del esposo aunque sólo fuera a través del papel. Y veo a María
sola, criando a sus hijos, como legado hermoso del esposo soldado. María sola
escribiendo cada noche a su esposo a la tierra, haciendo saber con cada lágrima
lo que lo extraña. María necesitando de su abrazo en medio de la desgracia y de
la guerra.
Yo conocí a María, por eso me duele más esta carta.
Y os digo que María fue una mujer fuerte, que supo inventar fuerzas aún cuando
ya estaba exhausta para sacar adelante a sus hijos; y muchas veces, muchas,
cuando estuviera a punto de poderle el desaliento escribiría sus penas a la
tierra, morada última del esposo soldado.
Dime desde allá
abajo
la palabra te
quiero.
¿Hablas bajo la
tierra?
Hablo con el
silencio.
¿Quieres bajo la
tierra?
Bajo la tierra
quiero
porque hacia
donde corras
quiere correr mi
cuerpo.
Ardo desde allí
abajo
Y alumbro tus
recuerdos.
Mª José Vergel, Agosto de 2007
NOTA: Los versos que se intercalan en este artículo son de
Miguel Hernández, concretamente están recogidos en el libro Poemas
de amor de la Editorial Alfaguara.
Libro que recomiendo leer a todos los visitantes del Blog, sobre todo porque
remueve los sentimientos.
Triste y enternecedor relato, como siempre en tu peculiar estilo de dulzura infinita.
ResponderEliminarPero no me gusta eso de que sigas llorando por los rincones. Ay que ver esta niña, que no aprende...
Besos