Mis niños dicen que la Paz nos late en el lado
izquierdo al compás del tictac del corazón. Nosotros sabemos que la Paz es capaz de pintarnos el
mundo de mil colores, de construir un arcoiris en la bóveda blanda del cielo.
La Paz es un día en el campo, el presagio del
invierno en las hojas que caen, la esperanza cálida del verano.
Es también primavera y nos salpica de flores la
pradera del alma.
Traemos para la Paz tres mil sabores: un sueño de
manzanas chispeantes, el arrebato encarnado de las fresas, unos labios dulces
como pulpa de mandarina; dulce de leche para la tristeza, milhojas de esperanza
para el que no es capaz de ver la luz del sol, helado de limón para cuando el
amor aprieta…
Repartimos para la paz dos mil pasiones, cuatro mil
caricias, el amor de los padres, la inocencia de los hijos; una sonrisa grande
que alumbre el camino, palitos de chocolate por si perdemos el rumbo, miguitas
de la risa de quien es nuestro amigo y va a nuestro lado…
Traemos para la Paz millones de cantos: dulces
notas de la brisa del mar escritas en el pentagrama del corazón; la canción
húmeda de un paseo por la playa, el suave trinar de los pájaros cuando la tarde
se pone del color de tus ojos, el rumor de un mar de espigas agitado por el
viento, el lento batir de alas de mariposas amarradas a la cintura del eterno
enamorado, el sonido dulce de las letras de un nombre que alguien dejó escrito
en la arena…
Mª José Vergel Vega
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