lunes, 5 de septiembre de 2016

Barruntos


Me llega el barrunto de la luz extraña de tus ojos. Ahora que tan pronto nos invade la penumbra y el cuerpo se acomoda a este letargo impreciso, preludio, tal vez,  de la muerte.
Algo está pasando a lo que no sé poner nombre. Cuando nadie me observa, me da por escribir versos adolescentes que hablan  de un amor trasnochado; de un amor que nació entre manchas de tinta y el soniquete cansino de las tablas de multiplicar.
Rebusco en mi caja de palabras y no encuentro las precisas; así las cosas, termino por decirte que tus ojos son tan tristes como la tarde que se marcha.
Me vuelvo hacia la ventana, y me devuelve un paisaje en el que no me reconozco. Todo en esta tarde triste lo engulle la maleza, la ruina lo acaba todo…los olivos son fantasmas que ríen mi dolor.


Descubro un hueco en mi costado por donde se me salen los versos , quizá no sea tan bueno  hacer un curso acelerado para aprendices de mesías.
Sigo contemplando el paisaje insolente; ni rastro de tu presencia  en el silencio de los rosales, entre el fragor de los naranjos.
La soledad es un pozo de aguas negras donde flota la densa sombra del olvido .
Se va poniendo el sol por los dominios de  Dauseda.

 Si cierro los ojos, puedo ver una vieja desgreñada que da vueltas al puchero. Fija en mí sus ojos terribles  y vuelve a contar, una y otra vez,  aquella historia de aquel habitante misterioso de la  Cueva  que cada invierno rapta a los niños de sangre blanquísima. 

Mª José Vergel Vega

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