Le confieso que más de una vez, en
estos tiempos del demonio que malvivimos, me ha tentado el ramalazo de negarlo
todo. He querido desandar lo andado, pasar de puntillas sobre lo vivido.
Reiventar la vida. Renacer de nuevo. Restañar heridas. Desatar una tormenta de
versos, de esos que desafían a los pararrayos y no hay dios que haga carrera de
ellos.
En estos tiempos en que una se siente
abandonada y ahogada en hastío , no veo
el momento de dormirme al abrigo de sus notas, Flaco, y decirle que lo quiero y
soy sinceramente suya desde la primera vez que me cantó sus trovas. Daría mis
siete vidas de gata maullando en los tejados por dejarme acunar por esas notas suyas que hacen
malabares en el pentagrama entre su vida y la mía.
Después de medio siglo y algo más he
aprendido que puedo morirme de pan pero no de versos. Siempre estará usted ahí
para hacerme regresar al tiempo en que lo conocí; un tiempo de balcones
abiertos, de guitarras que daban la nota en medio de la noche en aquella
solitaria Plaza de la Audiencia. Noches de viernes traspasadas de luna y algún
beso furtivo que aún regresa de madrugada dejando en la boca un sabor a ceniza
y olvido.
¡Qué bueno que regresaste, querido
Joaquín, para negarlo todo y ponerme la vida panza arriba! ¡Qué bueno que me
trajiste de nuevo tus palabras para llenarme el alma de dicha!
Buenas noches, Flaco, mi corazón y yo
le agradecemos sinceramente sus desvelos y quedamos a los pies de sus versos.
Mª José Vergel Vega
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