domingo, 18 de junio de 2017

La última noche



 Fue una noche de Junio en que oímos pasar los elefantes.
Ambos sabíamos que cada vez quedaba menos tiempo; que de allí a poco, llegaría el momento que ninguno nos atrevíamos a nombrar.
Y aquel momento llegaría, lo sabíamos ambos, más pronto que tarde.

Buscaste sus manos, y él no rechazó las tuyas. El tiempo que os quedaba se había convertido en un lago de aguas frías donde uno de los dos se sumergiría sin remedio.
Y tú lo sabías, todo se acabaría ahí, en el fondo de aquellas aguas heladas.
Aún se oían los elefantes y crecía en ti la necesidad de pedirle que aguardara un poco, que no se fuera todavía. Acaso tú no lo sabías o no querías saberlo, pero para entonces él ya estaba lejos, más allá de la frontera de los vivos.
Él se iba dejándose mecer por el agua. Sonreía. Así querías creerlo; a fin de cuentas, siempre había sonreído. Toda su vida había consistido  en poner estrellas donde tú sólo veías oscuridad.
Hay momentos en que llegan  las lágrimas cuando piensas  cuánto le querías, cuánto necesitas de sus manos. Manos capaces de sostener todo tu universo.


-¡No te vayas, aguanta, esto pasará! Y te seguías engañando, mientras él, sordo ya a tus ruegos, seguía navegando, sin miedo a lo que vendría después , como el héroe que siempre había sido.
Él siempre decía que la esperanza es lo último que se pierde, por eso tú querías creer que aún miraría hacia atrás y desandaría lo andado. Esperabas que agitara su mano poderosa y abriera las aguas victorioso.
Esperabas…pero nada de eso pasó;  y la espera, desde entonces,  se convirtió  en un tiempo silencioso, dormido entre los poros de la piedra…
Y  supiste que la espera nada tendría  que ver con la esperanza y fuíste abandonándote una vez más a los naufragios, como  los vencidos se abandonan  a las cosas que no tienen remedio.
 Ya no se oían los elefantes. Esta vez no hubo lágrimas. Te mordiste los labios hasta sangrar para que él, allá donde estuviera, nunca supiera de tu dolor.
A lo lejos , entre la niebla, brillaba entre sus manos la moneda que le diste para que pudiera pagar al barquero…

Y la barca del viejo Caronte  era verde, del color de la esperanza.
Mª José Vergel Vega

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