jueves, 28 de noviembre de 2024

MARTINA Y MARTÍN

 



En estas dos últimas semanas de Noviembre hemos trabajado en clase dos días internacionales muy importantes: el Día de los  Derechos de la Infancia y el Día Contra la Violencia de Género.

Hay muchos niños y niñas en el mundo que aún no saben qué es eso de tener derechos. Jamás han tenido la suerte de que los traten como niños, las terribles circunstancias en las que malviven los ha hecho madurar antes de tiempo. A través de estas líneas, queremos recordar a tantos niños y niñas que pasan su infancia en territorios en guerra, a los que ni siquiera tienen un lugar en el que vivir, a los que cada día no tienen sus necesidades básicas cubiertas, a los que no dejamos echar raíces tan importantes para disfrutar de una vida digna, a los que soportan en sus pequeñas espaldas todo el dolor del mundo.

En clase de Fomento de la Lectura hemos trabajado el «Derecho a la propia identidad», la capacidad que tenemos todos desde niños a tener un nombre  y  a la afirmación de ser uno y una mismos.

Cada niño y cada niña debe poder ser como quiera ser y a ser aceptados sin ningún tipo de condición o prejuicio.

En la alfombra de los cuentos desplegamos las velas de dos historias hermosas de Raquel Díaz Reguera, que aún nos siguen abrigando el corazón: Yo voy conmigo y Yo soy.

Se trata de dos relatos que encierran las historias de dos niños a los que la sociedad que los rodea se cree con derecho a poner coto a cómo visten, a cómo ríen, a cómo piensan, a cómo quieren, a cómo hablan, a cómo guardan silencio, a cómo son en definitiva.

Martín y Martina (la bautizamos así, porque en el cuento no tiene nombre) son dos niños a los que les pica la nariz y las rodillas se les ponen tontas cuando están cerca el uno del otro.

Las convenciones sociales les hacen pensar que si se van despojando de lo que les caracteriza, conquistarán la amistad y el beneplácito del otro.

Martina va abandonando sus coletas, sus gafas de ver el mundo de una manera especial, su sonrisa quitapenas, las canciones que tararea a cada instante, las pecas que la hacen única, las palabras que continuamente salen de su boca, sus alas de libélula que la llevan en pos de sus sueños…

A medida que va dejando atrás su esencia, eso que la hace única, los pájaros que pueblan su cabeza salen en desbandada y terminan enjaulados.

¡Martín la mira por fin!, pero a ella no le gusta la versión en la que se ha convertido. Todo lo que ha dejado atrás era lo que la hacía llamarse Martina, esa niña alegre y parlanchina que tenía tan claro lo que la hacía feliz. Martina comprende que lo fundamental es quererse a sí misma tal y como a ella le gusta ser. No para hasta hacer regresar a los pájaros que anidaban en su cabeza y pregonar a los cuatro vientos que le gusta ser como es, y a quien no le guste que mire para otro lado como dice Alma. Ella es Martina, niña hecha de sueños, de alas que vuelan libres y que podrá conquistar aquello que se proponga.

Mis niños dicen que a Martín le pasa lo mismo, pero al contrario. Les llamó la atención que Martina se quitaba y Martín se ponía.

Martín se muere por cada una de las cosas que hacen única a Martina, pero esto no lo puede decir porque tiraría por la borda ser el más popular del colegio. Los “popus” son tipos duros, que se peinan como los futbolistas famosos, llevan gafas oscuras, escuchan los hits de moda, visten ropa de marca…

Martín lleva una mochila tan cargada de convencionalismos, que a penas puede levantar los pies del suelo. Llega un momento en que se mira al espejo y no se reconoce. ¿Qué es lo que me hace estar tan triste? se pregunta:
«Yo soy Martín, ni más ni menos, y debo caminar a mi manera»

Martín, al igual que Martina, comprende que debe mostrarse a los demás con valentía, siendo como le gusta ser, no como los demás le dicen que sea. Cuando se da cuenta de esto, al igual que Martina, comienza a escuchar el revoloteo de los pájaros de su cabeza y ¿sábeis qué? …

Pues que a él también le crecen alas, las alas de ir libre por el mundo. Martín y Martina van consigo mismos sin importarles lo que piensen los demás.

Si nos queremos y nos respetamos a nosotros mismos, estamos en el camino de recrear un mundo más justo, más humano, más igualitario, en el que no tengan cabida las faltas de respeto, el daño gratuito, la violencia de los verdugos sobre aquellos a los que se les niega una mínima dignidad.

¿Y tú? ¿Te has preguntado alguna vez si vas contigo?

Mª José Vergel Vega

martes, 19 de noviembre de 2024

VULCANO

 




No sabría decir cuál fue el  motivo  que terminó por desatar mi cólera. Hasta entonces, mi vida había transcurrido con la tranquilidad marmórea de la piedra. Nunca cuestioné el orden establecido, asumí el  papel que me correspondió en el mundo de los dioses, como se esperaba de mi condición. Para que todo funcione, cada cual debe representar su papel. Me lo repetía como un mantra entre golpe y golpe en el yunque.

  Mi cometido era dar forma a armas y armaduras que ofrecía a dioses y héroes para garantizar que la vida transcurriera sin sobresaltos, o al menos con los propios de la existencia, tan compleja y difícil . Y así un día y otro día...hasta que   llega ese instante en que la quemazón que llevas por dentro estalla y no hay puertas que la detengan. De nada habían servido mis desvelos para conservar el orden en el mundo, en vano me esforcé por que me respetaran, a mí que me llamaban el mago, el dios capaz de ablandar los metales.

 Hasta entonces  siempre había obedecido las leyes de mis ancestros. Fui el hijo biencriado que siempre hizo lo que se esperaba  de él: dejar vivir en paz a todas las criaturas, ser condescendiente con ellas, ser el guardián de lo que la tierra guardaba en sus entrañas.

 Tras una  eternidad siendo ninguneado, de pronto un día  un caballo desbocado   galopó por mis entrañas y fue el  grito incontrolable de mi estirpe quien  rasgó la tierra que  me sepultaba.

 Me cansé  de seguir la senda que me marcaron y decidí burlar los designios del destino. Un latido titánico fue aumentando, me iba revistiendo de una fuerza que me resultaba difícil sujetar. Me harté de estar encerrado, de mi vida de topo, ciego ante el mundo y los hombres. Me cansé de vivir aislado, recubierto de una amarga cáscara de soledad y olvido. Quise volar libre como los pájaros,aquellos alados seres  que   me pasaba las horas muertas adivinando sus cantos. Abrazar la libertad de ser pájaro sería   como romper las cadenas que me ataban desde el principio de los tiempos a lo más profundo de la tierra. Deseé ser río que atravesara valles frondosos hasta llegar a mezclarme con el mar . Quería conocer los secretos con olor a brea que dicen que atesoran   los viejos marinos, embadurnarme de sal, curarme los naufragios.

La rabia me fue habitando, me quemaba la garganta. Era como si una hidra de siete cabezas me estuviera ahogando. Aquel día, justo en el que los dioses descansaron, a mí se me colmó la paciencia y me convertí en pájaro de fuego, en río candente. Dejé libre mi lengua de lumbre y  calenté  la tierra porque ninguna criatura puede ser ninguneada eternamente.

Soy consciente de la destrucción que esta ira incontrolable ha ido provocando. A mi paso he destruido casas, tierras y vidas. Provoqué lágrimas y vi cómo mirábais al cielo pidiendo clemencia. Yo también clamé al cielo, pero no me escucharon. Nunca escucharon los de arriba a los dioses del inframundo. Les pedí que aplacaran mi ira, nunca fue  intención sembrar la destrucción. Solo quise unas migajas de reconocimiento, un gracias a tí el mundo está mejor hecho.

Creedme, quisiera que esta furia que me llena se detuviese, que parase este llanto candente que asola vuestra tierra y la mía, pero he aquí mi castigo, ser condenado a llorar eternamente  lágrimas de fuego desde las entrañas de la Tierra.

 

Mª José Vergel Vega