No sabría decir cuál
fue el motivo que terminó por desatar mi cólera. Hasta
entonces, mi vida había transcurrido con la tranquilidad marmórea de la piedra.
Nunca cuestioné el orden establecido, asumí el
papel que me correspondió en el mundo de los dioses, como se esperaba de
mi condición. Para que todo funcione, cada cual debe representar su papel. Me
lo repetía como un mantra entre golpe y golpe en el yunque.
Mi cometido era dar forma a armas y armaduras
que ofrecía a dioses y héroes para garantizar que la vida transcurriera sin
sobresaltos, o al menos con los propios de la existencia, tan compleja y
difícil . Y así un día y otro día...hasta que
llega ese instante en que la quemazón que llevas por dentro estalla y no
hay puertas que la detengan. De nada habían servido mis desvelos para conservar
el orden en el mundo, en vano me esforcé por que me respetaran, a mí que me
llamaban el mago, el dios capaz de ablandar los metales.
Hasta entonces siempre había obedecido las leyes de mis
ancestros. Fui el hijo biencriado que siempre hizo lo que se esperaba de él: dejar vivir en paz a todas las
criaturas, ser condescendiente con ellas, ser el guardián de lo que la tierra
guardaba en sus entrañas.
Tras una eternidad siendo ninguneado, de pronto un
día un caballo desbocado galopó por mis entrañas y fue el grito incontrolable de mi estirpe quien rasgó la tierra que me sepultaba.
Me cansé de seguir la senda que me marcaron y decidí
burlar los designios del destino. Un latido titánico fue aumentando, me iba
revistiendo de una fuerza que me resultaba difícil sujetar. Me harté de estar
encerrado, de mi vida de topo, ciego ante el mundo y los hombres. Me cansé de
vivir aislado, recubierto de una amarga cáscara de soledad y olvido. Quise
volar libre como los pájaros,aquellos alados seres que
me pasaba las horas muertas adivinando sus cantos. Abrazar la libertad
de ser pájaro sería como romper las
cadenas que me ataban desde el principio de los tiempos a lo más profundo de la
tierra. Deseé ser río que atravesara valles frondosos hasta llegar a mezclarme
con el mar . Quería conocer los secretos con olor a brea que dicen que
atesoran los viejos marinos,
embadurnarme de sal, curarme los naufragios.
La rabia me fue
habitando, me quemaba la garganta. Era como si una hidra de siete cabezas me
estuviera ahogando. Aquel día, justo en el que los dioses descansaron, a mí se
me colmó la paciencia y me convertí en pájaro de fuego, en río candente. Dejé
libre mi lengua de lumbre y calenté la tierra porque ninguna criatura puede ser
ninguneada eternamente.
Soy consciente de la
destrucción que esta ira incontrolable ha ido provocando. A mi paso he
destruido casas, tierras y vidas. Provoqué lágrimas y vi cómo mirábais al cielo
pidiendo clemencia. Yo también clamé al cielo, pero no me escucharon. Nunca
escucharon los de arriba a los dioses del inframundo. Les pedí que aplacaran mi
ira, nunca fue intención sembrar la
destrucción. Solo quise unas migajas de reconocimiento, un gracias a tí el
mundo está mejor hecho.
Creedme, quisiera que
esta furia que me llena se detuviese, que parase este llanto candente que asola
vuestra tierra y la mía, pero he aquí mi castigo, ser condenado a llorar
eternamente lágrimas de fuego desde las entrañas
de la Tierra.
Mª José
Vergel Vega
No hay comentarios:
Publicar un comentario