martes, 19 de noviembre de 2024

VULCANO

 




No sabría decir cuál fue el  motivo  que terminó por desatar mi cólera. Hasta entonces, mi vida había transcurrido con la tranquilidad marmórea de la piedra. Nunca cuestioné el orden establecido, asumí el  papel que me correspondió en el mundo de los dioses, como se esperaba de mi condición. Para que todo funcione, cada cual debe representar su papel. Me lo repetía como un mantra entre golpe y golpe en el yunque.

  Mi cometido era dar forma a armas y armaduras que ofrecía a dioses y héroes para garantizar que la vida transcurriera sin sobresaltos, o al menos con los propios de la existencia, tan compleja y difícil . Y así un día y otro día...hasta que   llega ese instante en que la quemazón que llevas por dentro estalla y no hay puertas que la detengan. De nada habían servido mis desvelos para conservar el orden en el mundo, en vano me esforcé por que me respetaran, a mí que me llamaban el mago, el dios capaz de ablandar los metales.

 Hasta entonces  siempre había obedecido las leyes de mis ancestros. Fui el hijo biencriado que siempre hizo lo que se esperaba  de él: dejar vivir en paz a todas las criaturas, ser condescendiente con ellas, ser el guardián de lo que la tierra guardaba en sus entrañas.

 Tras una  eternidad siendo ninguneado, de pronto un día  un caballo desbocado   galopó por mis entrañas y fue el  grito incontrolable de mi estirpe quien  rasgó la tierra que  me sepultaba.

 Me cansé  de seguir la senda que me marcaron y decidí burlar los designios del destino. Un latido titánico fue aumentando, me iba revistiendo de una fuerza que me resultaba difícil sujetar. Me harté de estar encerrado, de mi vida de topo, ciego ante el mundo y los hombres. Me cansé de vivir aislado, recubierto de una amarga cáscara de soledad y olvido. Quise volar libre como los pájaros,aquellos alados seres  que   me pasaba las horas muertas adivinando sus cantos. Abrazar la libertad de ser pájaro sería   como romper las cadenas que me ataban desde el principio de los tiempos a lo más profundo de la tierra. Deseé ser río que atravesara valles frondosos hasta llegar a mezclarme con el mar . Quería conocer los secretos con olor a brea que dicen que atesoran   los viejos marinos, embadurnarme de sal, curarme los naufragios.

La rabia me fue habitando, me quemaba la garganta. Era como si una hidra de siete cabezas me estuviera ahogando. Aquel día, justo en el que los dioses descansaron, a mí se me colmó la paciencia y me convertí en pájaro de fuego, en río candente. Dejé libre mi lengua de lumbre y  calenté  la tierra porque ninguna criatura puede ser ninguneada eternamente.

Soy consciente de la destrucción que esta ira incontrolable ha ido provocando. A mi paso he destruido casas, tierras y vidas. Provoqué lágrimas y vi cómo mirábais al cielo pidiendo clemencia. Yo también clamé al cielo, pero no me escucharon. Nunca escucharon los de arriba a los dioses del inframundo. Les pedí que aplacaran mi ira, nunca fue  intención sembrar la destrucción. Solo quise unas migajas de reconocimiento, un gracias a tí el mundo está mejor hecho.

Creedme, quisiera que esta furia que me llena se detuviese, que parase este llanto candente que asola vuestra tierra y la mía, pero he aquí mi castigo, ser condenado a llorar eternamente  lágrimas de fuego desde las entrañas de la Tierra.

 

Mª José Vergel Vega

 

 

 

 

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