viernes, 10 de enero de 2025

Cachinos de ilusión

 Echo hoy de menos aquel tiempo en el que no era tan asfixiante el influjo de las pantallas, la dichosa IA que terminará por absorber lo que a este mundo le queda de humano, las Alexas, las Siris, los chats del demonio que lo mismo te escriben un discurso que te montan una novela...Miedo me da de todo esto.

Con estas reflexiones de hace algunos cursos, y que os dejo a continuación, quiero reivindicar el placer de abrir sobre la alfombra de los cuentos, esas historias llenas de sentir verdadero que nos hacen imaginar otros mundos y vivir otras vidas. 




A este mes de Octubre, reino del Señor Otoño, lo hemos nombrado, el “mes de las hadas”.

A veces, mis chicos se ponen un tanto perezosos, y les da por esconderse como duendes debajo de las setas.

Seño, ¿si me duermo, no leo?

Venga, va, pero escucha el cuento que así dormirás más feliz.

Sergio nunca dice que no a una buena lectura. Después de buenas dosis de Gerónimo Stilton, ahora dice que está probando con Sherlock Holmes.

Isabel es un poquito despistada y no se acuerda ─me dice, sonrojándose─ del último libro que ha leído.

Elena es más de Kika Superbruja. Su hermano Candy dice de ella que está directamente en la “edad de la pava”. Y algo de eso hay porque se ríe todo el rato, como en un anuncio de dentífrico.

Noelia sigue poniendo en clase tranquilidad y dulzura. Recuerda con entusiasmo cada lectura que ha hecho en verano.

Cristina ríe con los ojos y dice con toda sinceridad que a ella leer, pues bueno…ahí va.

Como cada tarde, los pequeños me echaron encima un abrazo grandote, liderados por el cabecilla de Alberto, que es para comérselo.

Carlitos, al que tanto le costaba hablar el curso anterior, habla ahora por los codos. ¡Qué alegría!

A la hora del cuento, como no podía ser de otra manera, Alberto se sentó junto a mí y recostó su cabecita inquieta en mi brazo.

─¡Colorear, no, que estamos cansados!

Hay que reivindicarse desde pequeños, para que de mayores nadie trate de llevarnos por el camino que no queremos.

─¡Pues no coloreamos!

Decido que fabricaremos un avión o un barquito para ir a buscar a Biblonio, allá lejos, lejos, al país de Biblionia, el lugar donde habitan las historias.

Hugo prefirió llegar en barco, seguro que si lo ponía esa noche en su bañera, muy pronto encontraría al duendecillo que nos deja los cuentos en la Caja Roja.

Biblonio, tráenos tu Caja Roja y muchos cuentos. ¡Te queremos!

Ese es el mensaje que dejamos colgado en el árbol del patio. A ver qué pasa.

Mientras tanto, Alberto dijo que se sentía un tanto abrumado por el amor que le profesaba Yadira.

─¡Ay, Seño, dile a esta que no me quiera tanto! ¡Mira que tengo novia, no me comprometas!

Y Yadira le sigue sonriendo con una inocencia pícara: ─¡Si solo te estoy dando un besito!

Hay tardes en las que Nico me abraza fuerte y me dice  un ayquetequiero que no tiene precio.

Biblonio, nadie sabe cómo, ha dejado su Caja Roja repleta de cosas del Hada Acaramelada. La encontró Elena, una niña del grupo de los mayores a la que le encantan los pequeños. ¡Creen todo cuanto les dice, hasta que se alimenta de papel!

Alberto dio un mordisquito a la varita del Hada del puesto de pipas y caramelos, para comprobar si no era mala idea alimentarse de papel como Elena.

Aquella tarde en la que Biblonio nos dejó en su caja el cuento de “La isla de las hadas”, a la que viajan los niños que son buenos y se duermen cada noche después del cuento, Alberto reía con los ojitos entornados.

─¡Cómo me gustaría que alguna noche me llevaran hasta allí!

─¿Y no echarías de menos a tus papás?─preguntó Yadira.

─Bueno, sí, un poquito. Pero uno tiene que ser valiente y atreverse a vivir las historias mágicas de las que hablan los cuentos.

 

 

Sucedió una tarde cualquiera de lunes. De lo más pequeño surge un instante sublime de felicidad. Los libros suelen propiciar muchos de esos pequeños-grandes momentos.

¡Bendito Rodari que nos dejó tantas historias para jugar!

Hoy en clase jugamos con la historia de “El hombrecillo de nada” (Cuentos por teléfono de G. Rodari). Les propuse a mis aprendices de escritores, inventar una historia sobre “El hombrecillo de algo”.

Salió de su manos un buen puñado de hermosas historias. Más a menudo de lo que pensamos, los libros nos asoman al balcón de la felicidad.

Sigo dando gracias a la vida por inundarme de historias y dejarme trabajar con niños.

Os dejo “El hombrecillo de algo” que escribió Andrés Domínguez.

Había una vez un hombrecillo de algo, que iba cada día por un camino de algo, con unas ánforas repletas de comida de algo, que llevaba al mercado de algo para conseguir dinero de algo.

Un día, el hombrecillo de algo vendió toda su comida de algo a un mercader de algo que le dio muchas monedas de algo. Con ellas se compró una buena casa de algo, pero como no tenía comida de algo no podía alimentarse y rompió a llorar lágrimas de algo.

El hombrecillo de algo se dijo que nunca más sería tan insensato como aquella vez que vendió toda su comida de algo y tuvo que buscar comida de algo suficiente durante mucho, pero que mucho tiempo de algo.

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