Mi buceo particular en
la intrahistoria de los miércoles, se lo dedico hoy a un hombre sencillo y
bueno de mi pueblo, «Tío Venancio». Él me contó la historia que a continuación
voy a compartir con vosotros. Tío Venancio entornaba los ojos mientras
expresaba lo mucho que ha cambiado la vida, cómo antes se apreciaban las cosas,
cómo todo se compartía, cómo las casas estaban abiertas de par en par para
aquel que necesitara de nosotros. Y tiene toda la razón, ahora nos miramos con
recelo, la envidia sobrevuela como moscardón , lo hacemos todo para nuestro
provecho, sin pensar en que pueda sufrir
el que tenemos al lado. Es verdad, tío Venancio, yo también me barrunto que
algo feo, muy feo, está pasando; no confiamos los unos en los otros y eso,
palabra de Julia, que no me gusta ni zarrampiu .
Esto que voy a contaros
me sucedió hace unos días. De regreso a casa, me sorprendí más de una
vez pensando en lo que aquel buen hombre me había contado, mientras esperaba
para entrar al médico.
¡Qué cosas tiene tío Venancio!, me repetía yo a mí misma.
No me ví la cara, pero seguro que llevaba dibujada una
sonrisa bobalicona, esa que nos sale cuando vamos pensando en otra cosa, y
nuestros pies caminan como si pisaran estrellas, que digo yo.
Tío Venancio, me había hecho pensar en la cantidad de
pequeñas cosas que bastan para hacernos felices cada día. Me regaló uno de sus
recuerdos y yo, agradecida, lo deposité dentro de mi vieja caja de galletas, en
ella estará a salvo de los embates del tiempo traicionero y de la memoria , que a veces da bandazos. En
el vientre de esa caja, que huele a galletas María, podrá encontrarlo mi hermana, protagonista de
esta historia.
Pues…esto era de saber que hubo un tiempo en que todos éramos
muy felices en una casa en medio del campo, en el mismo corazón de Dauseda.
Dicen que tío Venancio estaba con papá Leandro preparando la tierra para la
próxima siembra. Cuando llegó la hora de comer el «cacho pan», ambos se
sentaron en el portal a reponer fuerzas.
Cuentan también que, en el momento en que tío Venancio fue a
comerse la fruta, una niña de grandes ojos y pelo rizado, apareció por allí y
se quedó tan embelesada mirando las mandarinas que iban a servirle de postre,
que el buen hombre le dijo a la criatura:
─¿Quierih una , bonita?
Sigue la historia contándonos que aquella niña hizo un
gracioso mohín, inclinó la cabeza hacia un lado y contestó:
–¡Buenu!
Cautivado debió quedarse el bueno de tío Venancio, viendo con
qué sazón se comía aquel diminuto ser la apetecible fruta, y no pudo por menos
que preguntar:
–¿T,a guhtau, bonita?
Llegados a este punto, el cronista se queda un momento en
suspenso, creemos que en solidaridad con aquella linda niña que, al parecer,
entornó los ojos, sonrió con dulce sonrisa y después de morderse el labio
inferior, espetó:
–¡Condeliriu!
¡Bendita expresión ésta que me refirió el cuentista!
¡Condeliriu!, así, todo junto, porque en este pueblo nuestro, la expresión
llega de un golpe a la boca; y de un golpe ha de salir. Porque de un golpe se
expresa el delirio, la delectación con la que una niña de pocos años
manifestaba su agradecimiento, sin medida, ante el regalo de aquel manjar que a
día de hoy pudiera parecernos tan simple.
Esto sucedió hace ya algunos años, pues el cronista no lo
precisa con exactitud,. Fue en el mismo corazón de Dauseda, cuando aún las
mandarinas eran frutas mágicas que despertaban el delirio de los niños.
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