A veces sucede que una tarde
cualquiera, nos visita la magia.
No puedo tener lugar de
trabajo más bonito: una biblioteca escolar rodeada de un bosque encantado,
aguas cantarinas, flores de todos los colores y un cielo azul con nubecitas que
dan ganas de comérselas.
Cada tarde, nos sentamos en
la pradera de los cuentos bajo las ramas protectoras del Árbol de las Palabras,
ese cuya narizota hace tanta gracia al pequeño Manuel y en cuyo tronco tiene su
hogar el duendecillo Biblonio, un ser al que nadie ha visto jamás porque dicen
Alma y Elsa que siempre está de compras.
Hoy invitamos a nuestra
pradera a M. Grejniec y a su preciosa historia de ¿A qué sabe la luna?, que
ya ha visitado este lugar alguna que otra vez, pero que siempre es bien
recibida. Cuando las historias se escriben desde el temblor del corazón, han de
llegar por fuerza, al corazón de los
grumetes aprendices de lectores que las reciben.
Al final, siempre es lo
mismo. Todos tenemos ganas de pegar un mordisco a ese cachito de luna que
consiguió el pequeño ratón cuando ya casi habían perdido la esperanza.
Si lo intentamos y no
desfallecemos, si perseveramos juntos, podemos conseguir poner coto a lo
imposible. Es claro y notorio que si no se intenta, no hay forma de lograr
algo. Todos, hasta el más pequeño y vulnerable, somos importantes para
conseguir aquello que nos propongamos. Juntos, sumamos.
La boca se nos hace agua
pensando en las cosas ricas a las que nos sabría la luna: a chuches, a
macarrones con bien de tomate, a chocolate blanco, a chocolate blanco mezclado
con negro, a fresas pero con ese otro ingrediente blanco y dulce ─dice Daniel─
. A Julia le sabe a queso, pero como no le gusta, pues que se lo coma su padre…
Y, de pronto, a Candela se
le encienden esos ojitos de aceituna que tiene y dice que por favor, por favor,
por favor, que la luna sepa a malvavisco, y lo dice como si tuviera la
nubecilla esponjosa deshaciéndose en la boca. Laura entorna los ojos y mueve
las manos nerviosa: ─¡Sí, por favor! ¡Yo
no sé que es esa cosa, pero que sepa a malvavisco!
Y con el cachito de luna
imaginaria dando vueltas en nuestras bocas, damos gracias a Grejniec por
escribir esta historia que tanto bien nos hace y que tantas sensaciones nos
despierta.
Algo se remueve dentro del
tronco del Árbol de las Palabras. ¿Habrá regresado el duendecillo Biblonio?
Mª José Vergel Vega
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