Se marcha septiembre con su
perpetua manía de despeinar jardines y vestir de otoño el alma.
Con él se me ha ido el
cantor eterno que, desde su Esparragosa de Lares, abrió al mundo una ventana de
versos hechos canciones, con la intención de hacer esta tierra nuestra más
humana.
Es otro el trinar de los
pájaros en este nuevo veranillo de San Miguel, arcángel de ejércitos
celestiales y membrillos en sazón.
Justo antes del amanecer,
hay un pájaro que pasa avisando del prodigio. Todos los días sale el sol, por
más que estén tristes tus ojos, por más que Palestina sea un mar de sangre y el
mundo sea un trasunto del mal y de la falta de escrúpulos, por más que se nos
llenen los rincones de ángeles exterminadores.
Mi tabla de náufrago son hoy
los versos de Pablo Guerrero. Los leo en voz alta con Zazú que hunde su hocico
en mi regazo. Navego por el vaivén tranquilo de su respiración, por la música
callada de los versos, río por el que aletea un temblor de peces y manantiales.
Detengo la lectura y le digo
a Zazú, en su duermevela, que qué solos nos vamos a quedar los vivos si dejamos
que se nos mueran los muertos.
Afuera está el jardín
callado, como esperando el sueño. Adentro de mi cabeza pienso que debería
decretarse la prohibición de morirse a los payasos, a los actores, a los
cantautores, a los poetas, a los cantautores-poetas como Pablo, a los tipos y tipas de corazón XXL, y en
general a todos los hombres y mujeres de buena voluntad y mejores agallas, a
los que aún les seduce el sueño por cumplir de la PAZ y la CONCORDIA.
Te me has ido con
septiembre, cantor de mis horas calladas. Tus versos, como cuentas del rosario
que rezo cada día, misterios de gozo y dolor de todos mis naufragios.
Cierro los ojos y cobra vida
esa imagen tuya con las granadas entre los brazos. Escribo tu ausencia bajo el
granado de mi jardín, que este otoño no dará fruto. No obstante, por aquello de
que sobre las ruinas también vuelan los pájaros, sé que en mitad de mi pecho,
una granada roja como la sangre, se derramará al amor de tu canto.
Tus versos son mundos de
andar por casa. Y me repito como un mantra, justo y necesario, que es tiempo de
vivir, y de soñar, y de creer, de que tiene que llover a cántaros. Tiempo de
dejar que la lluvia se lleve toda la ponzoña del mundo y a todos los
emponzoñados.
Es tiempo de vivir, y de
soñar, y de creer que la lluvia traerá una nueva humanidad, que se preocupe por
la humanidad. Es tiempo de que esa lluvia beatífica nos salve del cainismo y de
ese ejército de ángeles caídos que devoran la vida entre sus dientes.
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