jueves, 2 de octubre de 2025

Tiempo de granadas y versos.

 



Se marcha septiembre con su perpetua manía de despeinar jardines y vestir de otoño el alma.

Con él se me ha ido el cantor eterno que, desde su Esparragosa de Lares, abrió al mundo una ventana de versos hechos canciones, con la intención de hacer esta tierra nuestra más humana.

Es otro el trinar de los pájaros en este nuevo veranillo de San Miguel, arcángel de ejércitos celestiales y membrillos en sazón.

Justo antes del amanecer, hay un pájaro que pasa avisando del prodigio. Todos los días sale el sol, por más que estén tristes tus ojos, por más que Palestina sea un mar de sangre y el mundo sea un trasunto del mal y de la falta de escrúpulos, por más que se nos llenen los rincones de ángeles exterminadores.

Mi tabla de náufrago son hoy los versos de Pablo Guerrero. Los leo en voz alta con Zazú que hunde su hocico en mi regazo. Navego por el vaivén tranquilo de su respiración, por la música callada de los versos, río por el que aletea un temblor de peces y manantiales.

Detengo la lectura y le digo a Zazú, en su duermevela, que qué solos nos vamos a quedar los vivos si dejamos que se nos mueran los muertos.

Afuera está el jardín callado, como esperando el sueño. Adentro de mi cabeza pienso que debería decretarse la prohibición de morirse a los payasos, a los actores, a los cantautores, a los poetas, a los cantautores-poetas como Pablo,  a los tipos y tipas de corazón XXL, y en general a todos los hombres y mujeres de buena voluntad y mejores agallas, a los que aún les seduce el sueño por cumplir de la PAZ y la CONCORDIA.

Te me has ido con septiembre, cantor de mis horas calladas. Tus versos, como cuentas del rosario que rezo cada día, misterios de gozo y dolor de todos mis naufragios.

Cierro los ojos y cobra vida esa imagen tuya con las granadas entre los brazos. Escribo tu ausencia bajo el granado de mi jardín, que este otoño no dará fruto. No obstante, por aquello de que sobre las ruinas también vuelan los pájaros, sé que en mitad de mi pecho, una granada roja como la sangre, se derramará al amor de tu canto.

Tus versos son mundos de andar por casa. Y me repito como un mantra, justo y necesario, que es tiempo de vivir, y de soñar, y de creer, de que tiene que llover a cántaros. Tiempo de dejar que la lluvia se lleve toda la ponzoña del mundo y a todos los emponzoñados.

Es tiempo de vivir, y de soñar, y de creer que la lluvia traerá una nueva humanidad, que se preocupe por la humanidad. Es tiempo de que esa lluvia beatífica nos salve del cainismo y de ese ejército de ángeles caídos que devoran la vida entre sus dientes.

 Mª José Vergel Vega



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