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Pintura de Frans Snyders (1579-1657) |
Me llega el olor acre de los higos , otrora en sazón, y que
en estos días lánguidos que preludian el final del verano, yacen muertos en el
suelo. Sólo alguna hormiguita, hacendosa y abnegada, se empeña en libar, con
absoluta delectación, los últimos azúcares.
Me gusta el olor de los higos desparramados sin orden por el
jardín. Los acerco a mi nariz, y sé que aún queda alguna esperanza de verano.
Estos días, bajo el cielo de Septiembre, la tarde se marcha
prendida a las hojas viejas de un libro leído mansamente.
El cielo se cuela por entre las ramas de la higuera.
Recuesto la cabeza en la hamaca y me dejo mecer por el
viento.
Una abeja indaga en las mieles del cáliz de una solitaria
flor de romero. Dicen que un grano no hace granero; pero yo sé que esa abeja
solitaria pondrá una gota de dulzor en este tarro insípido en que terminará por
convertirse Septiembre.
Cuando ella se marcha, me levanto sigilosa e introduzco el
dedo índice en la flor que ha merecido las atenciones del trabajador insecto.
Me lo llevo a la boca con delectación: siento en la lengua todo el sabor del
campo.
Quizá tengan razón esos que dicen que últimamente escribo con
las tripas.
Mª José Vergel Vega
Con las tripas y con todos los sentidos abiertos a la vida y al mundo, te lo digo yo.
ResponderEliminarBesos