domingo, 28 de agosto de 2016

Los ojos de Paul Auster


 …Y cómo huir cuando no quedan islas para naufragar”
(Peces de ciudad, Joaquín Sabina)

     Creedme cuando os digo que es muy recomendable, tener a mano unos ojos como los de Paul Auster. Espero que sigáis mi consejo, porque sé de lo que hablo. Unos ojos como esos, pueden ser necesarios para echar a andar cada día; o mejor, para no perder, en algún embate inesperado, las alas de la ilusión.
     Esa que cotillea mis cuadernos y que ustedes conocen igual que yo, había dejado  Leviatán, olvidado encima de la mesa. A servidora le gusta leer y mucho, pero los autores norteamericanos no han sido nunca santos de mi devoción lectora. Pero, sólo por los ojos que tiene este tal  Auster, me empeñé en hacer el esfuerzo.
     Confieso que la experiencia resultó fascinante. De todas formas, para ser honesta, os diré que hacia la página sesenta, o tal vez antes, estuve tentada de abandonar la aventura; pero mi orgullo de lectora convencida le dio un manotazo al mal pensamiento y continué…y continué, y… ya no pude dejarlo hasta el final.
     Me dejé envolver por una trama impecable, hecha de casualidades que, bien pensado, no son tales. Todo está perfectamente conectado, ni sobra nada ni hace falta nada; y todo, con un ritmo narrativo perfecto.
     A través de los dos escritores protagonistas de la historia, Peter Aaron y Benjamín Sachs, el propio Auster se nos hace presente en la novela.
     Leviatán,  comienza con una fórmula potente, de esas que hacen lectores: “Hace seis días un hombre voló en pedazos al borde de una carretera en el norte de Wisconsin”.


     A través de sus historias, ¿reales?, ¿ficticias?, Auster nos va dando las claves de su propio pensamiento, lo que opina sobre ciertas cuestiones por las que, valga la redundancia, seguimos cuestionando a los EE.UU. Benjamín Sachs escribió su primer libro en la cárcel, porque se negó a ingresar en el ejército y participar en la Guerra de Vietnam. El propio Auster se vio en esa tesitura, y da gracias a que no fue llamado a filas, pues si no, hubiera terminado escribiendo en el mismo lugar que su personaje.
     No voy a contaros la trama de la novela, la verdad es que ni se me había pasado por la imaginación. Os animo a que la leáis y la disfrutéis y después…por favor, mirad los ojos de Paul Auster, eso sí, guardando las debidas precauciones; porque Auster tiene unos ojos hermosos, un tanto rasgados, de mirada pícara y sensual. Resulta difícil mantener su mirada, pero también una no  se resiste a dejar de mirarlo.
     Los ojos de Paul Auster te miran por dentro, sin andarse con rodeos ni absurdos prolegómenos…A estas alturas, no sé si me impresionaron más sus ojos, o la novela que acababa de leer, o quizá fuera su potente personalidad; no lo sé, no lo tengo claro. A Auster le gusta jugar a que tiene un doble: por un lado está el Auster que sueña, piensa, bebe, come, imagina, lee, ríe, llora, se aburre, ama, odia, vive…como nos pasa a cualquiera; y, por otro, el Auster escritor, capaz de hacer lo imposible con las palabras, capaz de disfrutar al máximo construyendo historias; pero también, capaz de sufrir lo que no está escrito, hasta que encuentra la palabra perfecta: “La palabra más corta está rodeada de kilómetros de silencio para mí, y hasta cuando consigo poner esa palabra en la página, me parece que está allí como un espejismo, una partícula de duda que brilla en la arena”. Son palabras que Auster pone en boca  de uno de sus personajes, pero que seguro, coinciden con lo que él mismo piensa al respecto del proceso creador, tan apasionante y tan complicado, tan… arrebatador como sus ojos.
     … Y es que hay veces que unos ojos te salvan de los naufragios cotidianos, y son capaces de sostener el mundo, con el que hace tiempo te da la impresión que no puedes.
 Hay días en que nos sentimos quizá un poco más náufragos, y necesitamos la fuerza de unos ojos como los de Paul Auster, pongamos por caso, para sortear la violencia con que el mar furioso en el que , a veces, se convierte la vida, se empeña en devorar los maltrechos maderos de tu balsa…

     …y, de pronto, lo vemos claro, porque quién no se ha confiado alguna vez a unos ojos tan profundos y seductores como los de Paul Auster. Ojos que creíamos haber perdido, tal vez ya para siempre; pero, de repente, reparamos en que quizás esos ojos, hayan estado siempre al cobijo de ese par de estrellas que, en una noche clara  como ésta, se han encendido más de la cuenta para seguir sosteniéndonos el mundo.
Mª José Vergel Vega


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