martes, 17 de octubre de 2017

Los pájaros de Damasco



Toda la noche en Damasco sonaron las sirenas.
Lo hicieron con tanta urgencia, que los oídos me estallaron y la voz se me quebró para siempre.
Desde entonces, unos ojos negros y enormes velan mi sueño.
Sonríe cuando le sonrío. A veces me toma de la mano, me acaricia las mejillas o me aparta algún mechón rebelde sobre  la frente.
Y aunque mis oídos están vacíos, sé que me habla de los pájaros.
Ahmed se entrega en cada abrazo y me aferro al olor a pan reciente que sale de su cuerpo.
Ahmed me mira y me sonríe. Deben de estar sonando de nuevo las sirenas. Pero yo no tengo miedo, sé que Ahmed pondrá voz a mi silencio, y que siempre estarán ahí sus ojos, aceitunas de miel, a la caída de la tarde.
Estoy cansada. Cierro los ojos. Duermo. Sé que Ahmed me susurra que cuando despierte volarán los pájaros sobre el cielo de Damasco.

De  los ojos negros, enormes, de Ahmed, se escapa una lágrima.
Mª José Vergel Vega

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