viernes, 30 de marzo de 2018

A Gabo, en el cielo de Macondo

Hoy, en una agradable reunión de amigos, hablamos de Gabo, del poder terapéutico de sus cuentos. Recordé que hace unos años, a su muerte un día de Jueves Santo, escribí unas letras para recordarlo y darle las gracias por todo cuanto como lectora me había aportado. Merecían estas palabras morar en esta casa de Dauseda.

"Escribo para que me quieran más (Gabriel García Márquez)


Los dioses que pueblan el cielo de Macondo decidieron que te fueras en Jueves Santo.
Yo, si fuera posible negociar mi muerte, pediría irme como Gabo, un día de pasión repleto de flores y con un sol de justicia. No quiero que la muerte me lleve triste ni con frío.
Siempre hay un más allá para los que como él pusieron la magia  de la palabra en esta realidad que necesitamos cambiar a toda costa. Siempre espera un paraíso donde no hay tristeza ni dolor, sino vida en abundancia.
Allá en el cielo de Macondo, Gabo seguirá teniendo la bendita manía de contar, de escribir por años sin término.
Estuvo destinado a ser cronista de cuanto pasaba, real o imaginario. Lo supo el mismo día de su nacimiento; un día en que caía un generoso aguacero sobre Aracataca. Al bebé hubieron de librerarlo del cordón umbilical que traía liado al cuello, signo inequívoco de que la vida no es un regalo fácil de llevar. Las mujeres de la casa corrieron a bautizarlo con agua bendita.Se llamará Gabriel, le dijeron, “el que trae la fuerza y el amor de Dios”.

Los cuentos fueron para él el primer amor que nunca se olvida. Cuento a cuento, supo a sus diecisiete años, después de leer La metamorfosis de Kafka, que su sino  era ser escritor.
Y lo fue por obra y gracia del destino. Por eso se dio a escribir, a vivir intensamente aquello que escribía. Nunca tuvo pudor en reconocer que lloró al ver morir al Coronel Aureliano Buendía, el personaje inspirado en su abuelo Nicolás.
Supo que a vivir se aprende soñando otras vidas. Si no hubiera sido escritor le hubiera gustado tocar el piano en algún bar íntimo, al que fueran los enamorados a hacerse arrumacos  y  quererse cada día un poquito más.
A servidora le gustaba soñar con ser astronauta…pero ni yo saqué las oposiciones para la luna, ni Gabriel fue pianista, pero ni falta que nos hace, porque uno cuando escribe alcanza todos los sueños.
García Márquez escribió mucho porque vivió mucho, y el noble oficio de escribir es para vividores, para los que se enfrentan a la vida cuerpo a cuerpo. Se escribe para vivir, para preservar lo vivido. Escribió para que aquí en la tierra nos quedara el recuerdo indeleble de un hombre que vivió siempre para contarla , y los que lo hemos leído tanto, podemos dar fe de ello,  y de que con tanta intensidad vivió lo real como lo imaginado.
Aquí nos queda a nuestro humano alcance la memoria de un hombre que se alquilaba para soñar, que ya os digo yo que no es mal oficio, palabra de Julia.
Estos días he vuelto a visitar Macondo con la misma avidez en que lo hice siendo adolescente, cuando bien sabía ya que jamás sería astronauta, porque me gustaba más navegar por el universo de las palabras y perseguir metáforas imposibles. En Macondo supe que en cuanto escampara me entregaría al sueño de ser aprendiz de escritora.
Estos días de tu pasión y muerte he vuelto a acompañar a Santiago Nasar el día en que lo iban a matar, y me resulta inevitable tener continuamente un regusto de almendras amargas en la boca…y siento que se me trastocan los días y que la ropa me aprieta…
…Y que con sólo cerrar los ojos habré de caminar por la hojarasca de la vida como si fuera pisando estrellas. Sé que en un rinconcito del cielo de Macondo podré quitarme la escafandra, porque allí estarás tú dispuesto para tocar al piano celeste la más bella de las melodías y habrás de repetirla una y mil veces porque aquí, querido Gabo, nos hemos quedado un poco más huérfanos y hay quien dice  que quizá nos aguarden otros cien años de soledad.
Mª José Vergel Vega


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