viernes, 18 de mayo de 2018

Había una vez un pequeño príncipe...




Vivimos en un mundo loco que no nos da tiempo para detenernos y saborear las cosas que verdaderamente importan.
El Principito llegó este curso para llamarnos la atención sobre esas cosas que nos encienden el corazón y la sonrisa: la esencia de la vida. Nos dejamos, pues, seducir por aquel príncipe-niño de cabellos rubios y nos trasladamos con él a su asteroide B-612, el lugar más chiquinino del Universo.
Se pasaba los días pidiendo que le dibujásemos un cordero, y al final –ya sabemos cómo son los niños– se salió con la suya. Una y mil veces nos repetía que las cosas más bonitas, esas que merecen la pena, se ven sólo con el corazón.
Tan dentro supo llegarnos este pequeño príncipe de los sueños, que montamos una pequeña obrita de teatro para agradecerle todo lo que nos había regalado. Ya sabéis que en esta vida hay que agradecer lo bueno y aprender de lo menos bueno, porque todo lo que nos pasa, nos fortalece.
Desde que lo conocimos una tarde en la playa en la que recalan nuestras lecturas, no hemos dejado de agradecerle que nos impulsara a creer en nuestros sueños, a mimar las pequeñas cosas de la vida , lo bueno que es contar con una mano amiga y lo sano que es no poner etiquetas a nadie.
Si nos sostenemos los unos a los otros, sabiéndonos iguales aunque diferentes, el mundo será un lugar más hermoso, en el que los niños puedan dedicar su hermoso tiempo a ser niños y los mayores disfrutemos viéndolos felices.
Nosotros estamos convencidos de ello. ¿Y tú?
Mª José Vergel Vega




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