Aquella noche, víspera de su boda,
Catalina no podía dormir y observaba la caja metálica que había recogido del
armario y tenía encima de la cama. Un tiempo estremecido, entre las alas de
viejas libélulas, le vino a la memoria.
Tuvo un amor Catalina de ojos negros
y manos que resucitaban mariposas. Sucedió aquel amor en días de labios sobre
labios y palabras bajo sábanas de luna.
Al amor de Catalina le gustaba andar
la noche y dejarle el alma revuelta de
promesas y luceros . Su amor desparramaba un reguero de palabras anegadas en
miel, que Catalina recogía para cuando llegaba la punzada del desaliento.
La última noche, Catalina sintió un
ala rota y otra malherida. Aquel amor que desataba los vientos, le dejó unos
versos amargos de ausencia y un agujero
de angustia en medio del alma.
Estremecida, como un árbol en medio
de la tormenta, abrió la caja con sus manos temblorosas.
El fantasma blanco del olvido atravesó la estancia, dejando en
el aire la herida de un escalofrío.
Mª José Vergel Vega
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