 |
Perseo y Medusa. Benvenuto Cellini (1500-1571) |
Dicen que siempre fueron más bellos
los ángeles exterminadores. Un viento azul del norte no ha dejado de soplar en
mi costado y a estas alturas de la tarde me siento ángel caído, vencido y
cándido.
Encierro en mi Cuaderno la
certeza de que mi pensamiento va de lo que escribo a tus ojos y a tu rubia
cabellera mecida por otro viento más amable y siento que hay éxodos que duran
toda la vida y quizá el camino no dé para tanto.
Lo cierto es que para nadie es ya un
secreto que estoy de un triste superlativo y que las musas tomaron por
costumbre dormir en los jardines ajenos. Quizá por eso las palabras que escribo
hieren mi cuerpo como zarza que engulle el camino.
La realidad hace tiempo que adquirió
el hábito de darse de bruces contra el deseo y el choque deja en el ambiente un
olor a uvas agrias que fermentan en la tinaja de la noche.
Lo cierto es que me cansa todo lo que
doy por cierto y no sé a ton de qué bebo tan despacio el veneno que me ofrece
la esquiva de tu boca.
Entre sorbo y sorbo , el veneno
requiere ser paciente, suelo aprovechar las noches de verano para darme a la
alquimia de guardar en frascos chiquitos el aroma de vidas, verdaderas o
inventadas, que fueron y que aún son capaces de perfumarme el alma.
En uno de esos frascos guardo la
huida de Jacob y Raquel , con sólo su amor a cuestas, hacia el destierro que
les imponen unos Reyes poderosos y la intolerancia de sus vecinos, cristianos
viejos. Cuando lo destapo, se extiende por el aire un perfume a manzanas con
miel y si acerco mi oreja escucho el eco del Ambroz, como un torrente de
agua que duele y que taladra el corazón.
Escribo que siempre hay alguien que
se marcha de algún lugar querido como pago a las ínfulas de algún poderoso y
que en todos los éxodos al que verdaderamente destierran es al corazón.
Cuando la noche se pone íntima me
despojo de los vestidos del día y guardo, en un frasquito diminuto, los
rayos de luna que quedan pegados a mi cuerpo.