viernes, 17 de abril de 2015

El hombre que escuchaba a los grillos

Ismael Serrano en el Gran Teatro de Cáceres, 7 de Marzo 2015. Foto de Mª José Vergel Vega

Aquella noche conocimos al hombre que escuchaba a los grillos.
Hasta el lugar donde reposaba, fuimos llegando caminantes  exhaustos del camino de los días; las espaldas transidas, como es condición natural de cada Sísifo.
Un hombre, bajo un manto de estrellas, escuchaba a los grillos con una guitarra en la mano. Es posible que estuviera componiendo la canción más hermosa del mundo. A ratos  corregía con vehemencia alguna nota juguetona que se le iba de las manos.
De pronto, el aire se llenó de acordes. Nos invitaba la noche, serena y estrellada, a sentarnos y descargar las mochilas sobre la alfombra agradable de la hierba.
La vida duele tanto que necesita de noches estrelladas y canciones que llevarse al alma. Es el hombre que escuchaba a los grillos quien nos las regala, y nos habla del amor y de la ira, del recuerdo justo del pasado y de la esperanza en el futuro, de las pérdidas necesarias para entender la vida y cabalgarla hasta quedarnos exhaustos.
No cesa el canto de los grillos, y la noche se va llenando cada vez más de estrellas y luciérnagas. El hombre sigue con su ofrenda de canciones; ahora le habla de desamor a mi corazón. Comprendo que son necesarias las canciones amargas para que el mundo gire hacia nuevos horizontes, agarrarse a otras caderas y rogar a las musas que destapen el tarro de los versos.
Yo, que apenas sé nada de la vida, sino que me da miedo que el tiempo siga pasando, imparable, y un día no muy lejano, no me reconozca en el espejo. Por eso, doy gracias al hombre que llegó ligero de equipaje para encendernos la noche y llenarla de canciones sanadoras, cuyas notas  dejan escrita en las  estrellas la promesa de que volveremos a encontrarnos en el camino.
El hombre se aleja tranquilo y se lleva con él el canto de los grillos. Es hora de alimentar los sueños y, al abrigo de una nota juguetona, que me traje prendida en el pelo, duermo acunada por el sonido de sus pasos al marcharse y la promesa de una historia que palpita en el vientre de las caracolas.

Mª José Vergel Vega



No hay comentarios:

Publicar un comentario