miércoles, 19 de marzo de 2014

Los elefantes de la noche

Para mi padre, a quien echo de menos cada día , cuyo  recuerdo habitará Dauseda por años sin término.




Supe que algo ocurriría aquella tarde en que yo apacentaba elefantes,  en la trastienda en sombra de mis ojos.
Tú me hablabas de la lluvia. Yo pasaba revista a los lugares en los que alguna vez estuviste.
Toda la noche oímos caer la lluvia. Entonces supe que te marcharías.
Me dejaste asomada al castillo de las dudas. En vano quise arrojar los restos del miedo desde las torres más altas.
Ni rastro había de luna en el cielo. Y la noche fue una larga lágrima prendida en la frente de los elefantes.
Luego vinieron los días sin tí, aquel preludio del verano, que en vano esperé que maduraran  las cerezas.
De repente, Junio fue Enero ,y se puso a escribir versos tristes en la boca de las grutas donde dejo hablar al viento.
La sangre blanca de los niños ha vuelto a correr ladera abajo, aunque hace días que no nos visita la lluvia.
No te preocupes, he comprendido que a los muertos los guarda la tierra y que un enjambre de grillos palpita dentro de tu calavera. Pero no me acostumbro a llevar miles de algas enredadas en el pelo, y a que mi corazón anfibio se niegue a beberse de un trago la copa amarga de esta larga noche.
Y de sobra sé, que ya ningún Junio hará que maduren las cerezas.

Mª José Vergel Vega



2 comentarios:

  1. Nada vuelve a ser igual cuando nos falta alquien a quien amamos, hasta los colores se vuelven más insípidos, pero siempre dispondremos de palabras justas para devolver el brillo a las sombras, como estas tuyas.

    Un abrazo.

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  2. Gracias, amiga. Tú lo entiendes perfectamente. Cuando alguien tan querido se nos va, nos arrancan un cachito de nosotros mismos que duele toda una eternidad. Nunca olvidaré que a ese dolor va unido un libro de Saramago que nos acompañó a los dos aquella noche.

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