Para mi padre, a quien echo de menos cada día , cuyo recuerdo habitará Dauseda por años sin término.
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Supe que algo ocurriría
aquella tarde en que yo apacentaba elefantes,
en la trastienda en sombra de mis ojos.
Tú me hablabas de la lluvia.
Yo pasaba revista a los lugares en los que alguna vez estuviste.
Toda la noche oímos caer la
lluvia. Entonces supe que te marcharías.
Me dejaste asomada al
castillo de las dudas. En vano quise arrojar los restos del miedo desde las
torres más altas.
Ni rastro había de luna en
el cielo. Y la noche fue una larga lágrima prendida en la frente de los
elefantes.
Luego vinieron los días sin
tí, aquel preludio del verano, que en vano esperé que maduraran las cerezas.
De repente, Junio fue Enero
,y se puso a escribir versos tristes en la boca de las grutas donde dejo hablar
al viento.
La sangre blanca de los
niños ha vuelto a correr ladera abajo, aunque hace días que no nos visita la
lluvia.
No te preocupes, he
comprendido que a los muertos los guarda la tierra y que un enjambre de grillos
palpita dentro de tu calavera. Pero no me acostumbro a llevar miles de algas
enredadas en el pelo, y a que mi corazón anfibio se niegue a beberse de un
trago la copa amarga de esta larga noche.
Y de sobra sé, que ya ningún
Junio hará que maduren las cerezas.
Mª José Vergel Vega
Nada vuelve a ser igual cuando nos falta alquien a quien amamos, hasta los colores se vuelven más insípidos, pero siempre dispondremos de palabras justas para devolver el brillo a las sombras, como estas tuyas.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias, amiga. Tú lo entiendes perfectamente. Cuando alguien tan querido se nos va, nos arrancan un cachito de nosotros mismos que duele toda una eternidad. Nunca olvidaré que a ese dolor va unido un libro de Saramago que nos acompañó a los dos aquella noche.
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