viernes, 28 de marzo de 2025

LA MIRADA ENCENDIDA

 


Son muchas las escritoras olvidadas a lo largo de la historia de la literatura.

Quizá no pueda considerarse como tal a Mercé Rodoreda(1908-1983) , pero sí puede afirmarse que no se le ha dado la importancia que merece.

Hace poco cayó en mis manos una novelita de romántico título: «La muerte y la primavera»(1986), publicada después de la muerte de su autora.

Se trata de una novela extraña, yo diría que hasta incómoda de leer en ocasiones. Conforme te vas adentrando en ella, notas una nube negra a punto de descargar sobre tu cabeza.

Nos vemos rodeados por una naturaleza mágica, siniestra por momentos, que entra en comunión con los sentimientos humanos. Es el vivir al compás de los ciclos naturales.

De qué manera tan mágica─ entre amable y terrible─ se va conformando el paraíso de la infancia.

Cuenta el protagonista que de pequeño, cuando los mayores iban al bosque, lo encerraban en el armario de la cocina. Una no puede por menos que traer a la memoria aquella puerta de la alacena de casa de la abuela, que tenía esa misma estrella y esos agujeros de los que habla el protagonista.

Nos habla de los caramenos, seres mitológicos rurales, como los carancancanes a los que yo veía vestidos de blanco, gelatinosos y despendolados vagando en las noches sin luna.

Son convocadas las abejas que siguen nuestros pasos, volvoretas que adornan nuestras cabecitas de infantes, toda una cohorte de bichitos, séquito inolvidable de la infancia.

Recuerdo que cuando llovía, la sangre blanca de los niños se desplomaba furiosa por la «Meá la vaca», y hasta oíamos las voces de los pobres niños sacrificados y acelerábamos el paso apretando fuerte las manos contra las orejas para no oírlas. Quien escuchaba aquellos gritos, era presa segura del Señor de la Montaña, eso decían las consejas de los viejos algunas noches al calor de lumbre.

Por este hermoso texto de Mercé Rodoreda pasan rebaños de palabras como nubes, árboles sagrados que guardan memoria de muertos y vivos. Es tan denso el silencio que puebla estas páginas, que asusta. Nosotros lectores, nos adentramos en ellas, como los pobladores de ese raro lugar se internan en el bosque. En algún momento pienso que la muerte debe ser un silencio insoportable.

Esta vida se nos pasa entre dos certezas: la muerte y una primavera efímera  y así hay que asumirla.

Cada uno de los habitantes del pueblo que recrea la novela de Rodoreda  tiene una argolla y una medalla con su nombre para ser clavadas en su árbol en el bosque de los muertos, ese al que los niños no pueden ir.

 Nos queda claro que nacemos con la condición de que hemos de morir un día. Desde nuestro nacimiento hay un árbol que tiene nuestro espíritu y por el que  bulle nuestra sangre. Árbol de vida y de muerte. Cuando uno muere, vuelve al árbol y con él parte hacia la vida eterna.

Son las leyendas de los viejos que todo lo saben y que son capaces de suplantar al mismo Dios, por quien dice que todo fue hecho.

Estoy segura de que el mundo que conocemos, ese que quedó encerrado en el paraíso de la infancia, fue creado por los viejos.

¡Cuánta poesía encierra este librito de Mercé! Poesía que nos explica el mundo  e intenta hacerlo habitable, aunque muchas veces es tarea casi imposible.

Hay que coleccionar amaneceres y atardeceres, rayos de sol, rabos de nube, el misterio de la niebla, el susurro del viento entre las hojas, el rumor que nace de las entrañas de la tierra, el borboteo del agua, el dulce zumbar de las abejas, el aleteo de los pájaros sobre nuestras cabezas…contemplar de nuevo el río de la infancia que no se detiene, mirar hacia el cielo para ver caer cachitos de luna y estrellas y recogerlas en el cuenco de las manos.

Pero el paraíso de la infancia tiene también sus fantasmas, sus monstruos, sus parajes agrestes que nos provocan escalofríos, pozos profundos a los que da miedo asomarse. El agua que no desemboca y que te atrapa en su vientre oscuro.

Convoca Mercé una y otra vez a las fuerzas telúricas de la naturaleza para crear un universo lorquiano en el que la tragedia está siempre a punto de suceder. No podemos ignorar la voz de la tierra y sus criaturas.

Desde que el mundo es mundo, el hombre ha intentado descifrar el misterio de la muerte. Es pregunta recurrente que hay después, de qué manera el alma inmortal se separa del cuerpo y es transportada desde un carro que sube al cielo desde la misma base del arcoiris. Necesitamos estas explicaciones mágicas para arrojar alguna luz sobre aquello que la razón no puede ni sabe aclarar.

En esta novela de Mercé Rodoreda se exploran los temas clásicos de los que desde siempre se ha hecho eco la historia de la literatura: la vida, la muerte, el mundo como prisión, supersticiones y creencias, la eternidad, la soledad, la falta de libertad, el amor, el destino… Pero hay otro tema que a mí me parece crucial en esta novela: el deseo.

«…que te arrastre el sufrimiento pero no el deseo…porque el deseo te hace vivir y por eso les da miedo».

Bien pensado, tenemos más miedo de vivir que de morir, porque para vivir hace falta no temer al deseo. Si nos matan o matamos el deseo de vivir, qué nos queda sino caminar hacia la muerte, qué nos queda sino ser muertos en vida como muchos de los personajes que pueblan esta novela.

Pese a la densidad trágica que soporta este texto, hay resquicios por los que se escapa la llama titilante de la esperanza, esa que nos impulsa a no perder nunca el hambre en los ojos, la mirada encendida, el deseo que es parte indisoluble de la vida.

Mª José Vergel Vega

martes, 25 de marzo de 2025

SONETO PARA UNA NUEVA PRIMAVERA

 


SONETO PARA UNA NUEVA PRIMAVERA

 

De nuevo regresó la primavera

a esta orilla incierta de mi vida,

abril es un estruendo en la ribera

de aromas y colores bendecida.

 

De pájaros el cielo reverbera,

arcoiris de amor para mi herida;

ya se impone la luz a la ceguera

en el alma de ardores encendida.

 

Ensaya el corazón nuevos latidos,

recogen las pupilas flor de jara

y estallan en clamores los sentidos.

 

Ya la tierra amorosa nos declara,

en los blancos cerezos florecidos,

un murmullo de amor como agua clara.

 

Mª José Vergel Vega

lunes, 10 de marzo de 2025

Las mandarinas de Dauseda

 

Mi buceo particular en la intrahistoria de los miércoles, se lo dedico hoy a un hombre sencillo y bueno de mi pueblo, «Tío Venancio». Él me contó la historia que a continuación voy a compartir con vosotros. Tío Venancio entornaba los ojos mientras expresaba lo mucho que ha cambiado la vida, cómo antes se apreciaban las cosas, cómo todo se compartía, cómo las casas estaban abiertas de par en par para aquel que necesitara de nosotros. Y tiene toda la razón, ahora nos miramos con recelo, la envidia sobrevuela como moscardón , lo hacemos todo para nuestro provecho,  sin pensar en que pueda sufrir el que tenemos al lado. Es verdad, tío Venancio, yo también me barrunto que algo feo, muy feo, está pasando; no confiamos los unos en los otros y eso, palabra de Julia, que no me gusta ni zarrampiu .

 


Esto que voy a contaros  me sucedió hace unos días. De regreso a casa, me sorprendí más de una vez pensando en lo que aquel buen hombre me había contado, mientras esperaba para entrar al médico.

¡Qué cosas tiene tío Venancio!, me repetía yo a mí misma.

No me ví la cara, pero seguro que llevaba dibujada una sonrisa bobalicona, esa que nos sale cuando vamos pensando en otra cosa, y nuestros pies caminan como si pisaran estrellas, que digo yo.

 

Tío Venancio, me había hecho pensar en la cantidad de pequeñas cosas que bastan para hacernos felices cada día. Me regaló uno de sus recuerdos y yo, agradecida, lo deposité dentro de mi vieja caja de galletas, en ella estará a salvo de los embates del tiempo traicionero  y de la memoria , que a veces da bandazos. En el vientre de esa caja, que huele a galletas María,  podrá encontrarlo mi hermana, protagonista de esta historia.

Pues…esto era de saber que hubo un tiempo en que todos éramos muy felices en una casa en medio del campo, en el mismo corazón de Dauseda. Dicen que tío Venancio estaba con papá Leandro preparando la tierra para la próxima siembra. Cuando llegó la hora de comer el «cacho pan», ambos se sentaron en el portal a reponer fuerzas.

Cuentan también que, en el momento en que tío Venancio fue a comerse la fruta, una niña de grandes ojos y pelo rizado, apareció por allí y se quedó tan embelesada mirando las mandarinas que iban a servirle de postre, que el buen hombre le dijo a la criatura:

¿Quierih una , bonita?

Sigue la historia contándonos que aquella niña hizo un gracioso mohín, inclinó la cabeza hacia un lado y contestó:

–¡Buenu!

 

 

Cautivado debió quedarse el bueno de tío Venancio, viendo con qué sazón se comía aquel diminuto ser la apetecible fruta, y no pudo por menos que preguntar:

–¿T,a guhtau, bonita?

Llegados a este punto, el cronista se queda un momento en suspenso, creemos que en solidaridad con aquella linda niña que, al parecer, entornó los ojos, sonrió con dulce sonrisa y después de morderse el labio inferior, espetó:

–¡Condeliriu!

¡Bendita expresión ésta que me refirió el cuentista! ¡Condeliriu!, así, todo junto, porque en este pueblo nuestro, la expresión llega de un golpe a la boca; y de un golpe ha de salir. Porque de un golpe se expresa el delirio, la delectación con la que una niña de pocos años manifestaba su agradecimiento, sin medida, ante el regalo de aquel manjar que a día de hoy pudiera parecernos tan simple.

Esto sucedió hace ya algunos años, pues el cronista no lo precisa con exactitud,. Fue en el mismo corazón de Dauseda, cuando aún las mandarinas eran frutas mágicas que despertaban el delirio de los niños.

 Mª José Vergel Vega

NOTA: Este artículo fue publicado en Torrejoncillo Todo Noticias el 19 de Septiembre de 2012.

domingo, 2 de febrero de 2025

Un pájaro en la tarde

 



Hay un pájaro que vuela sobre la tarde y baila sobre el tiempo.

A través de los cristales, en esta tarde parda de abril, buscamos el instante en que nos visite la palabra exacta para pensar que el mundo puede ser un refugio de paz.

Sigue el pájaro su vuelo mientras se marcha la tarde, pasajera en el barco del viento del norte.

Danza el pájaro de sombra en sombra, de sueño en sueño.

Es abril y hace un frío tan triste, que parece que jamás nos visitará la primavera.

Mª José Vergel Vega

viernes, 17 de enero de 2025

A GARCILASO, DE UNA DAMA

 A la dama protagonista de este soneto, el "Carpe Diem" y las recomendaciones de Garcilaso, la traen absolutamente sin cuidado.

Aviso a navegantes que este soneto es un mero divertimento en el que se revisa dicho tópico. No sé si la arruga es bella, porque no lo tengo del todo claro, pero lo que sí sé, es que es reflejo y memoria de lo vivido.



Hoy me senté delante del espejo,

de rosa y azucena mi color

mudado, contemplé en el reflejo,

cual pétalos ajados de una flor.

 

Me gustan mis arrugas sin complejos,

en ellas se refleja mi dolor:

una mujer madura que consejo,

valiente no tomó de su señor.

 

No seguí las medidas de su alma,

dictómelas juicioso el albedrío.

Yo sola decidí la libertad

 

de caminar segura hacia la calma,

dejando en el pasado el desvarío,

de ciega obedecer su voluntad.

Mª José Vergel Vega

viernes, 10 de enero de 2025

Cachinos de ilusión

 Echo hoy de menos aquel tiempo en el que no era tan asfixiante el influjo de las pantallas, la dichosa IA que terminará por absorber lo que a este mundo le queda de humano, las Alexas, las Siris, los chats del demonio que lo mismo te escriben un discurso que te montan una novela...Miedo me da de todo esto.

Con estas reflexiones de hace algunos cursos, y que os dejo a continuación, quiero reivindicar el placer de abrir sobre la alfombra de los cuentos, esas historias llenas de sentir verdadero que nos hacen imaginar otros mundos y vivir otras vidas. 




A este mes de Octubre, reino del Señor Otoño, lo hemos nombrado, el “mes de las hadas”.

A veces, mis chicos se ponen un tanto perezosos, y les da por esconderse como duendes debajo de las setas.

Seño, ¿si me duermo, no leo?

Venga, va, pero escucha el cuento que así dormirás más feliz.

Sergio nunca dice que no a una buena lectura. Después de buenas dosis de Gerónimo Stilton, ahora dice que está probando con Sherlock Holmes.

Isabel es un poquito despistada y no se acuerda ─me dice, sonrojándose─ del último libro que ha leído.

Elena es más de Kika Superbruja. Su hermano Candy dice de ella que está directamente en la “edad de la pava”. Y algo de eso hay porque se ríe todo el rato, como en un anuncio de dentífrico.

Noelia sigue poniendo en clase tranquilidad y dulzura. Recuerda con entusiasmo cada lectura que ha hecho en verano.

Cristina ríe con los ojos y dice con toda sinceridad que a ella leer, pues bueno…ahí va.

Como cada tarde, los pequeños me echaron encima un abrazo grandote, liderados por el cabecilla de Alberto, que es para comérselo.

Carlitos, al que tanto le costaba hablar el curso anterior, habla ahora por los codos. ¡Qué alegría!

A la hora del cuento, como no podía ser de otra manera, Alberto se sentó junto a mí y recostó su cabecita inquieta en mi brazo.

─¡Colorear, no, que estamos cansados!

Hay que reivindicarse desde pequeños, para que de mayores nadie trate de llevarnos por el camino que no queremos.

─¡Pues no coloreamos!

Decido que fabricaremos un avión o un barquito para ir a buscar a Biblonio, allá lejos, lejos, al país de Biblionia, el lugar donde habitan las historias.

Hugo prefirió llegar en barco, seguro que si lo ponía esa noche en su bañera, muy pronto encontraría al duendecillo que nos deja los cuentos en la Caja Roja.

Biblonio, tráenos tu Caja Roja y muchos cuentos. ¡Te queremos!

Ese es el mensaje que dejamos colgado en el árbol del patio. A ver qué pasa.

Mientras tanto, Alberto dijo que se sentía un tanto abrumado por el amor que le profesaba Yadira.

─¡Ay, Seño, dile a esta que no me quiera tanto! ¡Mira que tengo novia, no me comprometas!

Y Yadira le sigue sonriendo con una inocencia pícara: ─¡Si solo te estoy dando un besito!

Hay tardes en las que Nico me abraza fuerte y me dice  un ayquetequiero que no tiene precio.

Biblonio, nadie sabe cómo, ha dejado su Caja Roja repleta de cosas del Hada Acaramelada. La encontró Elena, una niña del grupo de los mayores a la que le encantan los pequeños. ¡Creen todo cuanto les dice, hasta que se alimenta de papel!

Alberto dio un mordisquito a la varita del Hada del puesto de pipas y caramelos, para comprobar si no era mala idea alimentarse de papel como Elena.

Aquella tarde en la que Biblonio nos dejó en su caja el cuento de “La isla de las hadas”, a la que viajan los niños que son buenos y se duermen cada noche después del cuento, Alberto reía con los ojitos entornados.

─¡Cómo me gustaría que alguna noche me llevaran hasta allí!

─¿Y no echarías de menos a tus papás?─preguntó Yadira.

─Bueno, sí, un poquito. Pero uno tiene que ser valiente y atreverse a vivir las historias mágicas de las que hablan los cuentos.

 

 

Sucedió una tarde cualquiera de lunes. De lo más pequeño surge un instante sublime de felicidad. Los libros suelen propiciar muchos de esos pequeños-grandes momentos.

¡Bendito Rodari que nos dejó tantas historias para jugar!

Hoy en clase jugamos con la historia de “El hombrecillo de nada” (Cuentos por teléfono de G. Rodari). Les propuse a mis aprendices de escritores, inventar una historia sobre “El hombrecillo de algo”.

Salió de su manos un buen puñado de hermosas historias. Más a menudo de lo que pensamos, los libros nos asoman al balcón de la felicidad.

Sigo dando gracias a la vida por inundarme de historias y dejarme trabajar con niños.

Os dejo “El hombrecillo de algo” que escribió Andrés Domínguez.

Había una vez un hombrecillo de algo, que iba cada día por un camino de algo, con unas ánforas repletas de comida de algo, que llevaba al mercado de algo para conseguir dinero de algo.

Un día, el hombrecillo de algo vendió toda su comida de algo a un mercader de algo que le dio muchas monedas de algo. Con ellas se compró una buena casa de algo, pero como no tenía comida de algo no podía alimentarse y rompió a llorar lágrimas de algo.

El hombrecillo de algo se dijo que nunca más sería tan insensato como aquella vez que vendió toda su comida de algo y tuvo que buscar comida de algo suficiente durante mucho, pero que mucho tiempo de algo.

martes, 7 de enero de 2025

Regalos envenenados

 

Imagen perteneciente al libro "El miedo" de María Hesse.

Dijo que me regalaba su corazón y muchos días de lluvia.

Aquí estoy, medio anegada, intentando descifrar el enigma.

Mª José Vergel Vega

jueves, 28 de noviembre de 2024

MARTINA Y MARTÍN

 



En estas dos últimas semanas de Noviembre hemos trabajado en clase dos días internacionales muy importantes: el Día de los  Derechos de la Infancia y el Día Contra la Violencia de Género.

Hay muchos niños y niñas en el mundo que aún no saben qué es eso de tener derechos. Jamás han tenido la suerte de que los traten como niños, las terribles circunstancias en las que malviven los ha hecho madurar antes de tiempo. A través de estas líneas, queremos recordar a tantos niños y niñas que pasan su infancia en territorios en guerra, a los que ni siquiera tienen un lugar en el que vivir, a los que cada día no tienen sus necesidades básicas cubiertas, a los que no dejamos echar raíces tan importantes para disfrutar de una vida digna, a los que soportan en sus pequeñas espaldas todo el dolor del mundo.

En clase de Fomento de la Lectura hemos trabajado el «Derecho a la propia identidad», la capacidad que tenemos todos desde niños a tener un nombre  y  a la afirmación de ser uno y una mismos.

Cada niño y cada niña debe poder ser como quiera ser y a ser aceptados sin ningún tipo de condición o prejuicio.

En la alfombra de los cuentos desplegamos las velas de dos historias hermosas de Raquel Díaz Reguera, que aún nos siguen abrigando el corazón: Yo voy conmigo y Yo soy.

Se trata de dos relatos que encierran las historias de dos niños a los que la sociedad que los rodea se cree con derecho a poner coto a cómo visten, a cómo ríen, a cómo piensan, a cómo quieren, a cómo hablan, a cómo guardan silencio, a cómo son en definitiva.

Martín y Martina (la bautizamos así, porque en el cuento no tiene nombre) son dos niños a los que les pica la nariz y las rodillas se les ponen tontas cuando están cerca el uno del otro.

Las convenciones sociales les hacen pensar que si se van despojando de lo que les caracteriza, conquistarán la amistad y el beneplácito del otro.

Martina va abandonando sus coletas, sus gafas de ver el mundo de una manera especial, su sonrisa quitapenas, las canciones que tararea a cada instante, las pecas que la hacen única, las palabras que continuamente salen de su boca, sus alas de libélula que la llevan en pos de sus sueños…

A medida que va dejando atrás su esencia, eso que la hace única, los pájaros que pueblan su cabeza salen en desbandada y terminan enjaulados.

¡Martín la mira por fin!, pero a ella no le gusta la versión en la que se ha convertido. Todo lo que ha dejado atrás era lo que la hacía llamarse Martina, esa niña alegre y parlanchina que tenía tan claro lo que la hacía feliz. Martina comprende que lo fundamental es quererse a sí misma tal y como a ella le gusta ser. No para hasta hacer regresar a los pájaros que anidaban en su cabeza y pregonar a los cuatro vientos que le gusta ser como es, y a quien no le guste que mire para otro lado como dice Alma. Ella es Martina, niña hecha de sueños, de alas que vuelan libres y que podrá conquistar aquello que se proponga.

Mis niños dicen que a Martín le pasa lo mismo, pero al contrario. Les llamó la atención que Martina se quitaba y Martín se ponía.

Martín se muere por cada una de las cosas que hacen única a Martina, pero esto no lo puede decir porque tiraría por la borda ser el más popular del colegio. Los “popus” son tipos duros, que se peinan como los futbolistas famosos, llevan gafas oscuras, escuchan los hits de moda, visten ropa de marca…

Martín lleva una mochila tan cargada de convencionalismos, que a penas puede levantar los pies del suelo. Llega un momento en que se mira al espejo y no se reconoce. ¿Qué es lo que me hace estar tan triste? se pregunta:
«Yo soy Martín, ni más ni menos, y debo caminar a mi manera»

Martín, al igual que Martina, comprende que debe mostrarse a los demás con valentía, siendo como le gusta ser, no como los demás le dicen que sea. Cuando se da cuenta de esto, al igual que Martina, comienza a escuchar el revoloteo de los pájaros de su cabeza y ¿sábeis qué? …

Pues que a él también le crecen alas, las alas de ir libre por el mundo. Martín y Martina van consigo mismos sin importarles lo que piensen los demás.

Si nos queremos y nos respetamos a nosotros mismos, estamos en el camino de recrear un mundo más justo, más humano, más igualitario, en el que no tengan cabida las faltas de respeto, el daño gratuito, la violencia de los verdugos sobre aquellos a los que se les niega una mínima dignidad.

¿Y tú? ¿Te has preguntado alguna vez si vas contigo?

Mª José Vergel Vega

martes, 19 de noviembre de 2024

VULCANO

 




No sabría decir cuál fue el  motivo  que terminó por desatar mi cólera. Hasta entonces, mi vida había transcurrido con la tranquilidad marmórea de la piedra. Nunca cuestioné el orden establecido, asumí el  papel que me correspondió en el mundo de los dioses, como se esperaba de mi condición. Para que todo funcione, cada cual debe representar su papel. Me lo repetía como un mantra entre golpe y golpe en el yunque.

  Mi cometido era dar forma a armas y armaduras que ofrecía a dioses y héroes para garantizar que la vida transcurriera sin sobresaltos, o al menos con los propios de la existencia, tan compleja y difícil . Y así un día y otro día...hasta que   llega ese instante en que la quemazón que llevas por dentro estalla y no hay puertas que la detengan. De nada habían servido mis desvelos para conservar el orden en el mundo, en vano me esforcé por que me respetaran, a mí que me llamaban el mago, el dios capaz de ablandar los metales.

 Hasta entonces  siempre había obedecido las leyes de mis ancestros. Fui el hijo biencriado que siempre hizo lo que se esperaba  de él: dejar vivir en paz a todas las criaturas, ser condescendiente con ellas, ser el guardián de lo que la tierra guardaba en sus entrañas.

 Tras una  eternidad siendo ninguneado, de pronto un día  un caballo desbocado   galopó por mis entrañas y fue el  grito incontrolable de mi estirpe quien  rasgó la tierra que  me sepultaba.

 Me cansé  de seguir la senda que me marcaron y decidí burlar los designios del destino. Un latido titánico fue aumentando, me iba revistiendo de una fuerza que me resultaba difícil sujetar. Me harté de estar encerrado, de mi vida de topo, ciego ante el mundo y los hombres. Me cansé de vivir aislado, recubierto de una amarga cáscara de soledad y olvido. Quise volar libre como los pájaros,aquellos alados seres  que   me pasaba las horas muertas adivinando sus cantos. Abrazar la libertad de ser pájaro sería   como romper las cadenas que me ataban desde el principio de los tiempos a lo más profundo de la tierra. Deseé ser río que atravesara valles frondosos hasta llegar a mezclarme con el mar . Quería conocer los secretos con olor a brea que dicen que atesoran   los viejos marinos, embadurnarme de sal, curarme los naufragios.

La rabia me fue habitando, me quemaba la garganta. Era como si una hidra de siete cabezas me estuviera ahogando. Aquel día, justo en el que los dioses descansaron, a mí se me colmó la paciencia y me convertí en pájaro de fuego, en río candente. Dejé libre mi lengua de lumbre y  calenté  la tierra porque ninguna criatura puede ser ninguneada eternamente.

Soy consciente de la destrucción que esta ira incontrolable ha ido provocando. A mi paso he destruido casas, tierras y vidas. Provoqué lágrimas y vi cómo mirábais al cielo pidiendo clemencia. Yo también clamé al cielo, pero no me escucharon. Nunca escucharon los de arriba a los dioses del inframundo. Les pedí que aplacaran mi ira, nunca fue  intención sembrar la destrucción. Solo quise unas migajas de reconocimiento, un gracias a tí el mundo está mejor hecho.

Creedme, quisiera que esta furia que me llena se detuviese, que parase este llanto candente que asola vuestra tierra y la mía, pero he aquí mi castigo, ser condenado a llorar eternamente  lágrimas de fuego desde las entrañas de la Tierra.

 

Mª José Vergel Vega

 

 

 

 

jueves, 26 de septiembre de 2024

La sombra de Peter Pan

 




Acababa de dormirme y allí estaba él, en medio de un sueño, pidiéndome que le diera unas puntadas a su descosida sombra. Le dije que cómo se le ocurría, que las chicas no estamos en este mundo para ir por ahí remendando sombras de nadie.

Por la forma en que me abordó, me di cuenta de que Peter seguía siendo un mocoso sin escrúpulos y que no había aprendido nada de nada; y en su misma cara le dije que me daba vergüenza confesar que un día me había dado de tortas con Wendy por él.

Le solté que era un panoli, que conmigo no le funcionarían las amenazas, y que, o se remendaba su sombra con sus propias manos, o pregonaba a los cuatro vientos por qué no había crecido nunca y seguía siendo un niño consentido y maleducado. Todo el mundo se enteraría que lo desterraron a Nunca Jamás porque pretendía que Wendy estuviese todo el santo día hecha una esclava, aguantando sus aires de machote.

-¡Mira, Peter, si quieres tu sombra, cósetela y madura, guapo, madura de una buena vez!

Mª José Vergel Vega
Relato publicado en 2009 en Matarratos Vía Igualdad