Hoy encontré estas palabras, escritas ya hace un tiempo, a la muerte de un ser de luz que forma parte de mi paraíso particular: Georges Moustaki. Creo que reúnen todos los requisitos para habitar estos Cuadernos.
Para
Narci, que compartió conmigo la luz de Alejandría, a través de las canciones de
Moustaki.
“Je déclare l´état de bonheur permanent…(Déclaration,
Moustaki)
Dicen
que Alejandro Magno tuvo un sueño en el que se le aparecía un anciano de
blancos cabellos, que le recitaba insistente unos versos de “La Odisea”:
“Hay a continuación una isla
en el mar turbulento, delante de Egipto, que llaman Faros…”
Cuando
despertó, Alejandro fue a esa isla que aparecía en su sueño. Mandó traer harina
para enmarcar el enclave de la futura ciudad. Dibujó un círculo en forma de
manto macedonio. No bien hubo terminado, cuando llegaron unos grandes pájaros
que se comieron toda la harina. Cuando vio lo que estaba ocurriendo, Alejandro
se turbó, porque pensó que aquello era un mal augurio. Pero, Aristandro, el
vidente que lo acompañaba, le advirtió que el proceder de los pájaros
pronosticaba que la ciudad sería rica y próspera y podría nutrir a hombres de
todas las razas.
Cada vez que escucho las
notas y los versos de Le Métèque, cobra vida esta hermosa leyenda.
Se me ha muerto Moustaki,
aquel judío errante de Alejandría que cantaba en francés, en aquella lengua
hermosa que más de una vez deseé que fuera la mía.
Se me ha muerto aquel Yussef de barba en flor,
con quien más de una primeriza universitaria, que éramos en aquellos tiempos,
hubiéramos querido tener algo, siquiera fuera que te cantara al oído, con su
facha de extranjero, los versos de Le
Métèque.
¡Éramos tan jóvenes en aquellos ochenta! ¡Y
tan locos! Tan locos éramos, que
creíamos en los sueños y en el amor , capaces de redimir al mundo de su ponzoña
de siglos. Quién más, quién menos, estábamos enamorados de amores, muchas veces
platónicos, que tenían, por ejemplo, los ojos azules de Paul Newman, o los de
aquel otro guapísimo y grandote Rock Hudson, que nos miraba, pícaro, desde
alguna de las paredes desconchadas del comedor de un piso de estudiantes …
Quién más , quién menos,
maldecíamos a aquel otro amor más real cuya figura aparecía en aquella foto
tomada un día luminoso en un parque cuyo nombre ya no recuerdas. En el pie de
aquella foto, había escritas unas palabras que, lo que son las cosas, jamás he
olvidado: “Lembras-te dos nossos projetos?
¡Claro que me acuerdo de
aquellos proyectos! Y de los que vinieron después ; unos que se perdieron en el tiempo y otros que,
incluso con la que está cayendo, aún intentamos
llevar a cabo. Proyectos que nos permiten caminar hacia nuestros sueños, hacia
la utopía que sigue en el horizonte…porque “el
hombre desciende de los sueños”, de sus pasos, de las huellas que sus
zapatos van dejando, de los caminos que camina…
Te escuchamos tanto, querido
Yussef, tomando las cañas en el “Amador” cuando salíamos de la facultad, que
hoy te extraño especialmente. A ti que te llamaron “viajero de verso libre y comprometido”. Hombre dulce y diferente,
lleno de talento que dijo Juliette Gréco. A ti que fuiste ciudadano del mundo,
maestro de mil oficios: vendedor de libros a domicilio, pintor de domingo,
abuelo por horas muertas, filósofo de café; músico errante que unió la luz
deslumbrante de Alejandría con otra luz más íntima, la de París. Bohemio en
motocicleta que pasó la vida de una lado a otro, uniendo Oriente y Occidente.
Alguien le preguntó una vez que por qué ese no parar quieto; el músico de barba
gris y mirada soñadora dijo:
¡…qué sé yo…será la sensación de no encontrar
el equilibrio en movimiento , la precipitada urgencia para escapar del peso de
la edad, de la rutina, de la proyección…el deseo de escuchar ciertos sonidos,
de comer ciertas frutas, de amar a ciertas mujeres. La perpetua liberación como
solía decir André Bréton, el principio de la Libertad…de ma liberté…
Querido Yussef, nos has
dejado un poco huérfanos. Hay quien dice que no podías hacer otra cosa que
marcharte en medio de esta amargura en la que entre unos y otros nos tienen
instalados. Ya sé que nos quedan tu luz, tus versos, tu música…No me tomes en
cuenta si estos días tengo la sensación de ser “ une dame petite…très petite”,
al escucharte cantar , “quelques couplés” a aquella “longue dame brune” a la
que tantas envidiábamos.
El mundo anda algo más
perdido sin ti, nada queda de aquella ciudad que fundó el Magno Alejandro,
aquella que los pájaros vaticinaron como la tierra de la abundancia, donde
todos pudiéramos vivir felices y libres. ¡Ay! Los jardines con maneras de
paraíso quedaron anclados a un tiempo luminoso en el que corríamos al son del
viento y no pensábamos que alguna vez llegaría el futuro; un futuro con muy mala baba, en el que hay flores que
mueren esperando el rocío y en el que buscamos con urgencia labios para morder
la sinrazón.
Y recordando aquel “ jardin qu,on appelait la terre… una
mujer de edad incierta sigue guardando tu legado. Esa mujer declara en sueños,
cada noche, el estado de revolución permanente al abrigo de la luz de los ojos
dulces de aquel músico que vino de
Alejandría y que una tarde, pudo ser de Junio, le cantó al oído que aún era
tiempo de vivir.
Esa mujer con sonrisa de
gioconda se atreve, como mínimo, a exigiros que cada uno se esfuerce por cumplir sus sueños. A poco que soñemos,
cada uno la ración que nos corresponde, y que en verdad amemos al prójimo como a
nosotros mismos, vendrá un día en que recibamos a un ejército de coleccionistas
de estrellas dispuestos a resembrar la tierra y entonces, será “temps de vivre”, tiempo de vivir, de
ser libres… d,être libres, surtout.
Mª José Vergel Vega
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