sábado, 13 de abril de 2019

Elogio de la palabra


Os dejo el "Elogio de la palabra" que escribí para el acto de presentación del nuevo trabajo de investigación histórica (Torrejoncillo. De los orígenes al siglo XVI)  realizado por el profesor y cronista de Torrejoncillo, Antonio Alviz Serrano. Gracias, querido profesor, por contar con mi humilde aportación. 

Foto de Alba Hernández Alviz


“La historia…testigo de los tiempos, luz de la verdad, vida de la memoria, maestra de la vida, testigo de la antigüedad” (Cicerón)

Buenas noches. Se me antoja que Abril es un mes hermoso para acoger una nueva criatura en nuestro regazo lector. Y a eso se nos ha convocado aquí esta noche, a dar la bienvenida a un pedacito importante de nuestra historia, a re-cordar, a volver a pasar por el corazón lo que sucedió hace ya tantas lunas. Así pues, muchas gracias por asistir y que sea con vosotros la palabra.

Decía  A. Bioy Casares que “Escribir es agregar un cuarto a  la casa de la vida”. Y así es, palabra a palabra se va construyendo la casa,  el templo de lo que fuimos, de lo que hoy somos y de lo que en ciernes seremos un día. Pasado, presente y futuro en sutil armonía para que nunca perdamos la senda de nuestro ser y nuestro estar en el mundo. La palabra nos ancla al mundo.

Dichosos, pues,  los que poseen el don de la palabra y lo esparcen como semilla que hará germinar  a la tierra, y dichosos los que en un acto de amor y valentía  recogemos  con ternura su cosecha  porque sabemos que jamás nos sentiremos vacíos. La palabra nos habita.

Se escribe, indudablemente,  porque se tiene algo que decir, porque algo muy fuerte se abre paso entre lo que sentimos y las ganas de decirlo, aunque sea con un cierto y necesario pudor, entre lo que pensamos y la desolación del papel en blanco. Se escribe por la premura de  calmar nuestra conciencia y la conciencia del que nos lee; otras veces, es verdad, se escribe para causar un maremoto en el náufrago que acude sediento al libro, y quizá no encuentre del todo la isla desierta que buscaba. Se escribe para remover conciencias. Sea como fuere,  se escribe para reafirmarse en el mundo, para reparar los  desconchones que tienen la mala costumbre de aparecer y reaparecer cada día. Las palabras tienen entonces  brazos  de madre que nos abrigan en momentos de desconcierto y nos resguardan contra la apatía y la desidia.

Un libro es un lugar al que volver en casos de necesidad, leve o extrema. Los libros deberían de estar  en el centro de nuestro paraíso emocional. Si observamos bien, en cualquier rinconcito de lo que somos nos revolotea una palabra, nos recorre el temblor de una historia leída o contada.

La palabra es la herramienta más perfecta de la que disponemos los humanos para cincelar sueños e ilusiones, para conjurar miedos y  transitar caminos inciertos. La palabra, si volvemos la mirada a Platón,  es conocimiento, memoria, alma, tiempo y espacio, historia que se pone en pie y camina entre nosotros. La palabra nos lega el don precioso del lenguaje. La palabra nos humaniza.

martes, 2 de abril de 2019

Sueño con serpientes

Perseo y Medusa. Benvenuto Cellini (1500-1571)


Dicen que siempre fueron más bellos los ángeles exterminadores. Un viento azul del norte no ha dejado de soplar en mi costado y a estas alturas de la tarde me siento ángel caído, vencido y cándido.
Encierro en mi Cuaderno la  certeza de que mi pensamiento va de lo que escribo a tus ojos y a tu rubia cabellera mecida por otro viento más amable y siento que hay éxodos que duran toda la vida y quizá el camino no dé para tanto.
Lo cierto es que para nadie es ya un secreto que estoy de un triste superlativo y que las musas tomaron por costumbre dormir en los jardines ajenos. Quizá por eso las palabras que escribo hieren mi cuerpo como zarza que engulle el camino.
La realidad hace tiempo que adquirió el hábito de darse de bruces contra el deseo y el choque deja en el ambiente un olor a uvas agrias que fermentan en la tinaja de la noche.
Lo cierto es que me cansa todo lo que doy por cierto y no sé a ton de qué bebo tan despacio el veneno que me ofrece la esquiva de tu boca.
Entre sorbo y sorbo , el veneno requiere ser paciente, suelo aprovechar las noches de verano para darme a la alquimia de guardar en frascos chiquitos el aroma de vidas, verdaderas o inventadas, que fueron y que aún son capaces de perfumarme el alma.
En uno de esos frascos guardo la huida de Jacob y Raquel , con sólo su amor a cuestas, hacia el destierro que les imponen unos Reyes poderosos y la intolerancia de sus vecinos, cristianos viejos. Cuando lo destapo, se extiende por el aire un perfume a manzanas con miel y si acerco mi oreja escucho el eco del  Ambroz, como un torrente de agua que duele y que taladra el corazón.
Escribo que siempre hay alguien que se marcha de algún lugar querido como pago a las ínfulas de algún poderoso y que en todos los éxodos al que verdaderamente destierran es al corazón.
Cuando la noche se pone íntima me despojo de los vestidos del día y guardo, en un frasquito diminuto,  los rayos de luna que quedan pegados a mi cuerpo.