miércoles, 17 de junio de 2015

Los libros del General

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Guardo este artículo, que ya se publicara con anterioridad, con especial cariño. En él duerme una preciosa historia, al menos para Julia y para mí, de un verano ya lejano en el que ambas descubrimos la aventura de leer e imaginar.

Los” Libros del General” estaban colocados en una librería de madera muy antigua que había en el piso alto. La abuela me la había enseñado alguna vez, pero me tenía terminantemente prohibido cogerlos a mí sola; no porque pudieran resultarme perjudiciales moralmente, sino porque algunos de ellos eran verdaderos incunables. Era el caso de un Quijote en dos tomos con una encuadernación lujosísima, de piel de vaca repujada, aunque yo, sinceramente, prefería lo que había por dentro.
     Recuerdo que la primera vez que lo abrí tuve que taparme la boca con las manos para no gritar de asombro. Estaba escrito con una letra preciosa con muchos adornos, y unos dibujos que invitaban a soñar y a zambullirte de lleno en el mundo de los Caballeros Andantes y las Damas Enamoradas. Pero quien quiera que fuera el que había escrito aquel libro con aquella letra tan preciosa, sin duda no había tenido , ni por asomo, una maestra tan severa como la mía: ¡ Madre Soberana, si allí había miles de faltas de ortografía! Si el tal Cervantes, que así se llamaba el autor, hubiera tenido que copiar veinte veces cada palabra mal escrita, todavía hoy estaría escribiendo, el pobre. Después me enteré- mi abuela por poco se muere de la risa cuando me lo explicaba el viejo General Mutilado-, que en los tiempos en que Cervantes escribió El Quijote no se escribía como ahora, y lo que yo creía faltas de ortografía, pues resulta que no lo eran.
     ¡Pues menos mal!, porque ya estaba yo dispuesta a plantear severa batalla a  la Señorita Remi, que siempre estaba con aquello de que las faltas de ortografía le daban un dolor de barriga tremendo. ¡Pobre! Por eso estaba mala cada dos por tres.
     Os confieso que en un solo verano conseguí leerme los dos tomos de El Quijote, que ya es mérito para una niña de ocho años. Por eso, aunque a muchos les sonará extraño y a niña repelente, cada vez que me preguntan cuál es mi libro favorito, siempre digo que El Quijote y me importa un pimiento que la gente me mire con mal disimulada cara de asco.  ¡Qué me importa a mí que las demás niñas prefieran a Blancanieves, Caperucita y otras del mismo estilo! Ni se imagina la gente el grado de felicidad que yo alcanzaba cuando me ponía a leer aquella maravilla, con aquellos dibujos tan fantásticos del loco de Don Quijote colgado de los molinos de viento, o del bueno de Sancho Panza con su barriga serena y oronda, que no lograba explicarse qué había hecho él para merecer semejante amo.