jueves, 28 de junio de 2018

Caballo de niebla y sueño


Siempre me pregunté cómo sería aquella última tarde de Marga Gil Roesset, la artista que formó parte del grupo de las "Sin Sombrero", que tanto y tan trágicamente amó a Juan Ramón Jiménez.



Iba a pasar todos los días de su vida aferrado a una tarde de verano.
A ratos, el dolor lo atravesaba  y sus ojos volvían , sin remedio, a aquella carpeta amarilla con una extraña recomendación: “No lo leas todavía”.
Hacía tiempo que un caballo de niebla y sueño cabalgaba por el pecho del poeta, dejándolo exhausto.
¡Siquiera un pedazo de noche para convocar el temblor de lo vivido, para rescatar la memoria de aquella muchacha de mirada triste que tanto lo había amado! ¡Un pedazo de noche para detener el último instante, para saber cómo sería la funámbula línea entre el ser y el acabarse…cuál sería el último pensamiento de aquella mujer que moría por haberlo querido tanto, cómo se apagaría la dulzura gris de sus ojos!
“Qué sé yo por qué te quiero tanto…”
Y el caballo seguía al galope, corazón adentro, desde aquella tarde de Julio en que enmudecieron los violines.
Mª José Vergel Vega

lunes, 25 de junio de 2018

Tiempo de libélulas



Aquella noche, víspera de su boda, Catalina no podía dormir y observaba la caja metálica que había recogido del armario y tenía encima de la cama. Un tiempo estremecido, entre las alas de viejas libélulas, le vino a la memoria.
Tuvo un amor Catalina de ojos negros y manos que resucitaban mariposas.  Sucedió aquel amor en días de labios sobre labios y palabras bajo sábanas de luna.
Al amor de Catalina le gustaba andar la noche y dejarle el alma revuelta  de promesas y luceros . Su amor desparramaba un reguero de palabras anegadas en miel, que Catalina recogía para cuando llegaba  la punzada del desaliento.
La última noche, Catalina sintió un ala rota y otra malherida. Aquel amor que desataba los vientos, le dejó unos versos amargos de  ausencia y un agujero de angustia en medio del alma.
Estremecida, como un árbol en medio de la tormenta, abrió la caja con sus manos temblorosas.
El fantasma blanco  del olvido atravesó la estancia, dejando en el aire la herida de un escalofrío.
Mª José Vergel Vega