miércoles, 19 de abril de 2023

Mi vida salvaje



 Siempre salgo de las presentaciones de libros de poesía con la misma desazón. Me apena que, lectores y profanos, se pierdan la liturgia de la palabra, esa conexión íntima y mágica de cómo lo que siente el poeta, va haciendo nido en nuestro corazón.

Para sentir esto que digo, hay que probarlo y saborearlo.

Hoy, el poeta Juan Ramón Santos, compartió con nosotros, en nuestra coqueta Biblioteca "Martineta Rohet": "Vida salvaje", un poemario delicioso que nos llevó a aquellos días, más o menos despreocupados, en los que descubríamos el mundo cada cual a su manera. 

La poesía tiene estas cosas, nos hace indagar en nosotros mismos a través de los versos que alguien ha escrito para nosotros, sin ni siquiera saberlo.

Todo el rato, me vinieron los recuerdos, imborrables, de mi propia vida salvaje en el paraíso cercano de Dauseda. 

Pasaron ante mí las mariposas blancas que perseguíamos en busca de buenas noticias. Me vi descalza pisando los charcos al salir de la escuela, corriendo a llevarle el "cacho pan" a mi padre, que labraba entre coplas con aquel caballo sordo.

Y recité las tablas de multiplicar en aquella escuela chiquita de paredes encaladas y ventanales por los que entraba la luz cambiante de las estaciones. Y toqué las manos de mi madre que siempre olían a pan por las mañanas.

Verso a verso, me fui sumergiendo en el libro de la vida de mis abuelas. Aún cada tarde, al ponerse el sol, veo a los portugueses tirar de la cuerda. Hay relatos  que se quedan en una para siempre y nos salvan de los naufragios cotidianos, de un mundo que se me antoja que va demasiado deprisa.

Ante mí pasaron también las noches de verano y la sinfonía de escarabajos entre las hojas de la higuera...

Y tantos y tantos recuerdos que se me agolpan en la memoria.

Los versos, ciertos versos, son como aquella magdalena de Proust, que nos trae el regusto de aquello que formó parte importante- lo sabemos ahora- de nuestra cotidianeidad y que, de manera repentina, se nos hace tan presente.

 Quien lo probó, lo sabe.


Mª José Vergel Vega