miércoles, 25 de octubre de 2017

Historia de un instante


Ocurrió en el preciso instante en que la Luna de Maíz se detuvo para decirle al sol lo mucho que lo había extrañado durante siglos.
También, una mujer y un perro, detuvieron sus pasos para no empañar el sagrado encuentro.
Después, con la emoción contenida, continuaron caminando entre dos luces siguiendo la estela de esos amantes celestes, contemplando la danza de esas dos criaturas que se aman y se repelen a un tiempo.
Un sol racial, con su danza guerrera, buscaba imponerse sobre todo el universo. Luna, más dulce y delicada, con movimientos leves de bailarina, se alejaba de su amado y enemigo, hasta perderse entre los velos del horizonte.
Cada septiembre ocurre esa danza en honor a las criaturas de la dehesa. Ellas saben contemplarla mudas, sumergidas en un silencio envolvente.
 Maravilloso espectáculo el del amanecer con esa luna amarilla hecha de dientes de maíz, que aquella mañana también saludó con nosotros el nuevo día, la vida, el preciso instante en que sabemos con certeza que el mundo está bien hecho.
Hermoso y mágico, como una oración, el instante efímero del amanecer. Es un momento en que parece que el mundo está en suspenso. No se oye absolutamente nada. Instante en que el silencio y la nada fluyen y confluyen.  
Los pájaros apagan sus trinos y enmudece por entero la dehesa. Las vacas rumian ese impasse acostadas sobre la hierba, aunque también hay alguna despistada que se rasca la testuz, a cámara lenta, contra el esqueleto de una encina. Tampoco cesan en su búsqueda continua de alimento ,una bandada de gansos del Nilo que, de vez en cuando, estiran sus alas como dando gracias al dios de los pájaros por ponerles cada día a disposición de sus picos su maná particular.
Nada puede turbar la paz de este momento. Es hora de abrir las puertas del alma y contemplar, mirar con los ojos del corazón y dar gracias por el nuevo día; sentirnos agradecidos porque nos es permitido ser partícipes de la belleza de todo lo creado.
¡Ójala todos supiéramos contemplar la hermosura de cada amanecer, la belleza de la vida y no nos dejáramos llevar por pájaros oscuros que habitan nuestras cabezas, por esos trinos siniestros que nos ponen en el camino de la destrucción!

martes, 17 de octubre de 2017

Los pájaros de Damasco



Toda la noche en Damasco sonaron las sirenas.
Lo hicieron con tanta urgencia, que los oídos me estallaron y la voz se me quebró para siempre.
Desde entonces, unos ojos negros y enormes velan mi sueño.
Sonríe cuando le sonrío. A veces me toma de la mano, me acaricia las mejillas o me aparta algún mechón rebelde sobre  la frente.
Y aunque mis oídos están vacíos, sé que me habla de los pájaros.
Ahmed se entrega en cada abrazo y me aferro al olor a pan reciente que sale de su cuerpo.
Ahmed me mira y me sonríe. Deben de estar sonando de nuevo las sirenas. Pero yo no tengo miedo, sé que Ahmed pondrá voz a mi silencio, y que siempre estarán ahí sus ojos, aceitunas de miel, a la caída de la tarde.
Estoy cansada. Cierro los ojos. Duermo. Sé que Ahmed me susurra que cuando despierte volarán los pájaros sobre el cielo de Damasco.

De  los ojos negros, enormes, de Ahmed, se escapa una lágrima.
Mª José Vergel Vega

jueves, 12 de octubre de 2017

El sueño y las escaleras

Para aquellos que saben lo que es aferrarse a una escalera y parir un sueño.
  
Una vez me contaron de una mujer que guardó un sueño tras un balcón cerrado. Me dijeron que su sueño venía de una noche lejana, de un tiempo de guitarras, de una vieja ciudad con besos trasnochados, en medio de un arrebato de versos heridos de amor.
Desde aquellos días lentos, guarda un retrato ajado en un viejo álbum de fotos; también guarda la promesa de un beso y la lluvia presentida como estación de reencuentro.
Esa mujer llegó a estar convencida de que hay sueños que duermen tan profundamente, que uno mismo los condena a no despertar jamás.
Pero después de tanto mirar a la Luna, un día comprendemos, ella también lo comprendió, que siempre amanece, incluso para los sueños.
Sólo necesitan una sombra tras los visillos del  balcón, una ráfaga de viento que llega en las alas de las mariposas de la noche, un olor a nuevo mundo, ese que sólo preludia la lluvia.
Aquella mujer que soñaba fue dejando que sus manos fueran haciéndose carne en otras manos; sus ojos se encendieron en otros ojos y consiguió que aquellos versos, llenos de amor, no hirieran sino a los que están vacíos de palabras y tienen por corazón  un pellejo reseco; pero de eso, no es culpable  su sueño.
Aquel sueño se fue moldeando en el taller del alma, y necesitó muchos días y más noches aún, para que alientos sucesivos, fueran dándole forma en el cuenco blando de las manos, que es el vientre de alquiler de cualquier sueño.
La mujer que soñaba, supo un día que debía dejar que otros soñaran su sueño; porque fabricar un sueño requiere de una organizada cadena de montaje.
En esta compleja cadena de montaje, no se puede obviar la necesidad de una escalera. Los sueños hay que colgarlos bien alto para que los que abominan de ellos, siquiera por un instante, los tomen en cuenta.
Costó mucho hacer entender a aquella mujer la importancia vital de tan pedestre elemento, y salió con aquello de que el alma no necesita escaleras…pero sí los sueños dijeron otras voces…
Nuestra escalera encierra una historia de pasión y doloroso alumbramiento, en dos fases: un ascendimiento, el del sueño de aquella mujer del balcón; pero también un descendimiento, la caída a los sufrimientos del averno. Porque para tocar el cielo, se hace necesario enfangarse con las miserias del infierno. Para tocar el cielo, los sueños deben ir  rescatando besos al olvido de las cunetas, allí donde los grillos cantan su cansancio desde las cuencas de las calaveras.
Manos y cuerpos en un escorzo doloroso,  soportando su cruz en una orgía  cuaresmal, para dejar bien claro que un sueño de esta categoría se pare con dolor.

miércoles, 11 de octubre de 2017

La miel de los días

"A mis hijos, hermanos y sobrinos, por ayudarme a  recoger , como abejita hacendosa, la miel de los días".

Hemos de saborear la miel de los días, esas pequeñas cosas que quedan fuera-gracias a los dioses de este mundo cambalache- de la primera página de los periódicos, que cada día nos aprietan el corazón a la hora del desayuno dejándonos, abandonados, al borde del colapso.
Hemos de refugiarnos en pequeñas cosas como la vida en familia, ese andar despacio para sentir deprisa. Cosas tan sencillas como el agua, tan escasa este otoño, resbalando entre los dedos.
La vida, sólo a veces, nos ofrece sus frutos más dulces; esos frutos que también a veces, más de las que pensamos, se esconden detrás de las espinas.
Hemos de saborear la miel de los días para dejar atrás la náusea de estos días de banderas y puños en alto, que apenas nos quedaban aire para respirar.
Justo cuando escribo estas lineas son las tres de la madrugada y pienso qué distintas suenan las horas en el refugio cierto de la sierra, esas campanadas ponen en el alma todo el silencio de las montañas.
¡Qué descansada y consciente vida la del que huye del mundanal ruido, lejos de los titulares antipáticos del día a día, lejos del papel cuché de personajes por los que, desgraciadamente, no resbala la miel de los días!

Mª José Vergel Vega