domingo, 28 de febrero de 2016

Volverás a la casa del padre...



Antes de las ruinas fue la vida. El portal encalado donde anidaban las golondrinas. Los pasos adivinados de padre sacudiéndose el barro de las botas. Las manos blancas de madre sosteniendo el tazón del vino.
Entonces, todo estaba bien, cada cosa en su sitio. Ha ido pasando el tiempo, y una se da cuenta, vieja ya y cansada, de que hasta las palabras se han ido perdiendo por el camino.
Pero volverás a la casa del padre, allí donde aún las libélulas ornan tus pies.
Has de volver a la vera del agua, al crepitar de los pasos en la maleza. Y el viento será quien te diga verdades: que tú eres esta tierra y los pájaros que la habitan.
Volverás aunque los versos te sean esquivos. El tiempo se ha detenido para que vuelvas. Nada se mueve, sino tú misma.
Alrededor de tus trenzas, vuelan locas volvoretas al compás de unas manos blancas. Recordarás los días en que accedías al verde corazón del monstruo, cuando andabas con pies de nube para no despertar a la bestia que, en su ciénaga verde, hacía latir su verde corazón en las largas tardes de verano.
Entonces todo era verde. Verde era el barco pirata en el que cargaste tus sueños. Verde estaban las aguas que surcaba, henchido de esperanza, y verde avanzaba corriente abajo aquel velero de papel, antes de que llegara el invierno con su aliento helado  y su canción triste.

¡Verde, verde, verde! ¡Rumbo a las aguas de la infancia!
Mª José Vergel Vega

domingo, 14 de febrero de 2016

Volver a Lisboa


"Soñamos la misma ciudad...(El invierno en Lisboa. Antonio Muñoz Molina)


Hace unos días regresé a Lisboa, por esa manía que a los  humanos  nos entra  de volver a los lugares en los que fuimos felices o sentimos la ilusión de la felicidad.
Confieso que vuelvo a esta ciudad como si volviera a los brazos de un amante . Por ella  lo dejaría todo, aún sabiendo que nada dura para siempre  y que lo de los amores eternos es un cuento que siempre termina de aquella manera.
Pero el paso de los años nos enseña que para amar es preciso doler, dolerse.Y  a mí me duele el color ocre del cielo de Lisboa, la ciudad que se marcha nuevamente en este barco de Abril que al otro lado de la ventana se deshace en colores.
La melancolía , incluso en primavera, es de un gris intenso, tanto, que amenaza descargar un intenso aguacero.
Una y mil veces sostengo que no hay cielo como el de Lisboa. A mí me cabe la dicha o la desdicha de tener con esta ciudad una relación de amor-odio que me hace entregarme a mi particular “libro del desasosiego”, al no parar quieta, a dejarme llevar en  brazos del insomnio cada vez que ante mí se abre la promesa de verla de nuevo.
Lisboa es una amante que espera y que a la vez se muestra esquiva. Me enamoré de ella una tarde con el consentimiento alevoso de la poesía…  leía unos versos de Ángel Campos que evocaban una ciudad blanca…refugio cierto en el que recalar  en alguno de los vaivenes de la vida.
Y el idilio dura desde entonces, con altos y bajos como en todas las relaciones. A veces nos declaramos amor eterno, otras nos herimos con tanta saña que las heridas hacen mella en el corazón por amar demasiado: te quiero porque me matas y es por eso que te quiero.