Algunas de las historias de este
confinamiento no las olvidaremos jamás. Yo guardaré a buen recaudo, en mi vieja
caja de galletas, una que tiene que ver con libros y palomas.
Palabras y alas, una combinación
evocadora para tejer una historia inolvidable.
A veces, los pasos que son curiosos
por naturaleza, nos llevan hasta las puertas misteriosas de los desvanes,
paraísos de oscuridad herida por rayitos de fugaces de sol. En ellos vive la
memoria de lo que fuimos, de lo que hoy somos y de lo que seremos en el futuro.
El corazón se acelera por el miedo a
lo desconocido y sube por la espalda el escalofrío que produce la curiosidad.
En los desvanes hay fantasmas dormidos entre el polvo y el silencio; fantasmas
que bregan por sacar del olvido una parte de nosotros mismos que vivió hace
tiempo y que nos completa.
Dormidos y escondidos en un cajón,
medio destruido por la humedad y el rodar de los tiempos, aparecieron ante mí
un buen puñado de historias de otro tiempo, historias que estaban ahí y que a
buen seguro completarán lo que somos. Libros que otros escribieron y leyeron
para alimentar su sed de sabiduría, su afán por preguntarse qué hacemos en este
mundo y qué nos queda por hacer. ¿Quién los puso ahí? ¿Por qué han estado
confinados ante nuestros ojos hasta ahora?