Llovía. Abrió el paraguas para que
aquella indumentaria, recién estrenada, no sufriera ningún desperfecto.
La asaltó el temor de que el mundo
pudiera borrarse con la lluvia, que cuando ésta cesara, no reconociera los
lugares en los que ahora habitaba libre y dichosa.
En otras circunstancias, esa lluvia,
machacona y anodina, la hubiera arrojado sin contemplaciones en brazos de la
melancolía; pero aquel vestido hilvanado de amor, la protegía de pensamientos
cobardes.
Caminó los caminos del aguacero
sabiéndose dueña del mundo.
Y como todo pasa, también pasó la
lluvia con sus lágrimas de cocodrilo, con su porte de gran señora de la tierra.
Y entonces, el Ojo de Dios limpió el vaho de su ventana celeste , para contemplar
el retrato en sepia de un mundo recién
creado y una mujer, que vestida de
amor, danzaba en pos del arcoiris.
Mª José Vergel Vega