viernes, 30 de marzo de 2018

A Gabo, en el cielo de Macondo

Hoy, en una agradable reunión de amigos, hablamos de Gabo, del poder terapéutico de sus cuentos. Recordé que hace unos años, a su muerte un día de Jueves Santo, escribí unas letras para recordarlo y darle las gracias por todo cuanto como lectora me había aportado. Merecían estas palabras morar en esta casa de Dauseda.

"Escribo para que me quieran más (Gabriel García Márquez)


Los dioses que pueblan el cielo de Macondo decidieron que te fueras en Jueves Santo.
Yo, si fuera posible negociar mi muerte, pediría irme como Gabo, un día de pasión repleto de flores y con un sol de justicia. No quiero que la muerte me lleve triste ni con frío.
Siempre hay un más allá para los que como él pusieron la magia  de la palabra en esta realidad que necesitamos cambiar a toda costa. Siempre espera un paraíso donde no hay tristeza ni dolor, sino vida en abundancia.
Allá en el cielo de Macondo, Gabo seguirá teniendo la bendita manía de contar, de escribir por años sin término.
Estuvo destinado a ser cronista de cuanto pasaba, real o imaginario. Lo supo el mismo día de su nacimiento; un día en que caía un generoso aguacero sobre Aracataca. Al bebé hubieron de librerarlo del cordón umbilical que traía liado al cuello, signo inequívoco de que la vida no es un regalo fácil de llevar. Las mujeres de la casa corrieron a bautizarlo con agua bendita.Se llamará Gabriel, le dijeron, “el que trae la fuerza y el amor de Dios”.

jueves, 15 de marzo de 2018

Niño de viento y espuma


Una de estas tardes lluviosas de Marzo, en la arena de nuestro mar de cuentos, convocamos a Gabriel, a su memoria dormida en el corazón de los niños.
Quisimos hacerlo presente en las historias que contamos cada día en nuestro colegio. Invitamos, a través de la lluvia que repiqueteaba en las ventanas, a uno de los pececitos más entrañables del mundo de los cuentos: Nadarín.
¿Qué quién es Nadarín? Pues un pescaíto negro más listo que el hambre que guió con sus arranques de pez estratega, a la colonia de pececitos rojos lejos del alcance de un atún voraz que surcaba los mares.
Con Nadarín aprendimos que cuando hacemos algo juntos, podemos alcanzar el objetivo que nos propongamos y que si todos recordamos a alguien que se ha ido, podemos sentir que está entre nosotros.
¡Gracias a la sensibilidad y a la sabiduría  de Leo Lionni que nos pone un temblor en el alma en todas las historias que nos cuenta!
¡Gracias a la ternura y a la inocencia de los niños, ellos hacen posible, con su magia, creer en que un mundo mejor está por llega!.
Entre todos escribimos estas palabras que, seguro seguro, Gabriel habrá recibido.

Duerme, pececito.
Los corales cantan para tí una sinfonía de agua.
Déjate mecer por las olas que te manda
nuestro mar de palabras.
Sueña  lindas historias
en nuestro mar de cuentos.
Una lluvia de besos te arropará
mientras duermes en tu casa de algas.
Deja que te canten las sirenas,
allá en el reino de Neptuno.
Duerme, Gabriel,
Nadarín de los mares.
Duerme, pequeño Gabriel,
niño de viento y espuma.

Mª José Vergel Vega