Fue una noche de Junio en que oímos pasar los
elefantes.
Ambos
sabíamos que cada vez quedaba menos tiempo; que de allí a poco, llegaría el
momento que ninguno nos atrevíamos a nombrar.
Y aquel
momento llegaría, lo sabíamos ambos, más pronto que tarde.
Buscaste sus
manos, y él no rechazó las tuyas. El tiempo que os quedaba se había convertido
en un lago de aguas frías donde uno de los dos se sumergiría sin remedio.
Y tú lo
sabías, todo se acabaría ahí, en el fondo de aquellas aguas heladas.
Aún se oían
los elefantes y crecía en ti la necesidad de pedirle que aguardara un poco, que
no se fuera todavía. Acaso tú no lo sabías o no querías saberlo, pero para
entonces él ya estaba lejos, más allá de la frontera de los vivos.
Él se iba
dejándose mecer por el agua. Sonreía. Así querías creerlo; a fin de cuentas,
siempre había sonreído. Toda su vida había consistido en poner estrellas donde tú sólo veías
oscuridad.
Hay momentos
en que llegan las lágrimas cuando
piensas cuánto le querías, cuánto
necesitas de sus manos. Manos capaces de sostener todo tu universo.
-¡No te
vayas, aguanta, esto pasará! Y te seguías engañando, mientras él, sordo ya a
tus ruegos, seguía navegando, sin miedo a lo que vendría después , como el
héroe que siempre había sido.
Él siempre
decía que la esperanza es lo último que se pierde, por eso tú querías creer que
aún miraría hacia atrás y desandaría lo andado. Esperabas que agitara su mano
poderosa y abriera las aguas victorioso.
Esperabas…pero
nada de eso pasó; y la espera, desde
entonces, se convirtió en un tiempo silencioso, dormido entre los
poros de la piedra…
Y supiste que la espera nada tendría que ver con la esperanza y fuíste
abandonándote una vez más a los naufragios, como los vencidos se abandonan a las cosas que no tienen remedio.
Ya no se oían los elefantes. Esta vez no hubo
lágrimas. Te mordiste los labios hasta sangrar para que él, allá donde
estuviera, nunca supiera de tu dolor.
A lo lejos ,
entre la niebla, brillaba entre sus manos la moneda que le diste para que
pudiera pagar al barquero…
Y la barca
del viejo Caronte era verde, del color
de la esperanza.
Mª José Vergel Vega
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