martes, 19 de enero de 2021

Hoy me muero por volver

Federico eterno. Madrid , enero de 2020

 

Un día precioso el de ayer bajo el cielo de Madrid. La lluvia volvió a ser estación de reencuentro, esta vez con la familia del teatro.

De buena mañana, Angelita, una de las voluntarias del Real, nos mostró las entrañas de este emblemático teatro. Más de uno se vio ensayando en aquellas salas inmensas y pisando un escenario con tanto renombre.

Seguimos por San Ginés, degustando con deleite un chocolate artesano con unas porras que quitaban el sentío.

Repuestas las fuerzas, caminamos Madrid bajo la llovizna, demorando los pasos para saborear los recovecos del camino.

Fue un día de arte callejero: el buen hacer de Moe el tubero que nos llevó a través de los entresijos de sus tuberías musicales hasta el último mohicano. Un chico de mirada dulce, nos puso un temblor en la mismísima puerta del alma, dejándonos rendidos y desarmados ante su Granada. El llanto de los violines ,amansando la lluvia, puso banda sonora a la mañana.

Día también de experiencias" surrealistas", que mis compañeros de paseo no me dejarán contar. Dicen que lo que pasa en el teatro en el teatro se queda.

La tarde condujo nuestros pasos hacia una ruta literaria guiada por el maestro de ceremonias, Pedro Luis López Bellot, que nos llevó por el Madrid de Max Estrella donde cenó con el poeta Rubén Darío. De aquella esperpéntica cena sólo queda hoy, como recalcó con cierta sorna nuestro guía, la manzana de Apple, con un mordisco, apostilló uno de sus alumnos. Pudimos descubrir lo que de cóncavo y convexo tienen nuestra vidas reflejadas en el callejón del Gato. Paseo tan especial sólo podía terminar a las puertas del Teatro Español, donde nos consolaron las lágrimas de Federico bajo la lluvia. Federico herido, muerto de amor, ofreciéndonos eternamente su corazón de niño y la paz que soñó entre las manos.

Y paso a paso, con la lluvia como compañera, llegamos al Kamikaze para poner fin a un día teatral de principio a fin, disfrutando de teatro de calidad: Jauría, de Jordi Casanovas, dirigida por Miguel del Arco. Se trata de una obra gestada a partir del juicio a la Manada. Un montaje con una calidad enorme en todos los aspectos. Unos actores espectaculares que manejaron magistralmente todos los registros. Consiguieron que en la sala contuviéramos la respiración. Teatro que da voz a las víctimas y abre en canal a los verdugos, mostrándolos tal cual son.

Y cayó el telón. Seguramente afuera seguiría lloviendo. Me se sentí abrigada por el abrazo que sus compañeros le dieron a María Hervás, la actriz que asumió en sí todo el dolor y la incomprensión de la víctima de unos malnacidos. ¡YO SÍ TE CREO, TODOS LOS QUE ALLÍ NOS CONGREGAMOS TE CREEMOS! No habrá paz para los que no quieren entender que NO ES NO. Jauría: teatro que remueve las tripas y no deja indiferente.

Gracias Pedro Luis López Bellot y familia del Teatro, por invitarme a esta bonita experiencia.

La lluvia de Enero, de cuando en vez, cae y nos bendice. Hoy, como diría el cantor, me muero por volver.

Mª José Vergel Vega. Madrid, enero de 2020.



miércoles, 6 de enero de 2021

Miserere o la farsa inmisericorde del mundo

 

"Desde entonces tuve el corazón descalzo" (Jaime Sabines)

Algunas veces vuelve la lluvia para resucitar los miedos del pasado. Regresa con ella el monstruo y tenemos frío. Zozobran los barquitos que construimos con manos temblorosas. Una y otra vez somos obligados a morder la manzana del pecado que nos arroja del paraíso.

El monstruo nos mira a los ojos y terminamos por sentirnos cómplices de su juego macabro. Una babel de espanto nos envuelve y arden las naves que ni siquiera dio tiempo a cargar de esperanza. No bien hemos sido alumbrados al mundo, cuando ya se espera que emprendamos el camino que alguien trazó para nosotros, indefensos polichinelas en un teatro de sombras.

Echamos a andar y a cada paso nos acecha el monstruo que vive en el espejo. Y entonces revivimos el horror. Los terrores de la infancia nos devoran como águilas hambrientas. Nunca muere el monstruo; su rabia alimenta larvas que darán vida a nuevas fauces, que seguirán  devorando lo que queda de nuestra inocencia.

Continúa la lluvia incesante, llevándonos a golpes hacia el holocausto donde quedó ahogada nuestra infancia. No hay nada más terrible que ser niño se convierta en una condena, descubrir que se deja atrás la inocencia cuando uno pierde sus sueños en las embestidas  contra el monstruo.

La vida de los arrojados del paraíso de la infancia es una tempestad en blanco y negro, sótano oscuro iluminado por la camisa blanca del verdugo; camisa blanca que no lava conciencias. Y entre la tempestad, las preguntas que nos golpean como martillos: ¿Somos realmente libres de tomar el camino que queremos? ¿Puede el verdugo elegir otro papel que no sea el de brazo ejecutor del horror ? ¿Puede en algún momento la víctima dejar de serlo?  

Los extremos están condenados a encontrarse. Y el martillo sigue golpeando sobre el yunque sangrante de nuestra conciencia: ¿Puede el verdugo devenir víctima y ésta verdugo? ¿En qué momento a los dioses se les fue de las manos el asunto sagrado de la creación y nos dejaron como legado un mundo que es una farsa inmisericorde? ¿En qué momento el amor deja de ser un sentimiento noble para convertirse en algo aberrante? ¿Dónde está la misericordia que debemos a los afligidos?

El monstruo se nos presenta como un mártir ante  la sociedad, ante sus víctimas  y ante sí mismo. Se atreve a sostenernos la mirada. Nos señala con el dedo. Y nos dice lo que nuestra conciencia trata de callar: todos somos responsables de este diluvio de deshumanización en el que nos vamos hundiendo. Todos somos responsables de la destrucción de la misericordia que hace tiempo no sentimos por nuestros semejantes; unos, porque las circunstancias los han convertido  en ángeles exterminadores, otros, porque con nuestro silencio de estatuas contribuimos a alimentar la hidra de la degeneración del monstruo.

 El silencio no borra la tragedia de Briones y demás niños perdidos , la alimenta con cada aguacero haciéndola cada día más presente.  El silencio siempre nos posiciona del lado de los Gancedos sin escrúpulos que pueblan este mundo impío. Ni el olor del incienso camufla el aroma de la podredumbre.

Es muy difícil rebelarse contra quienes sajaron la pureza de la infancia. Cuando el paraíso de la niñez se convierte en la antesala del infierno, volvemos a hacer una y otra vez lo que se espera de nosotros: morder la manzana del pecado y plegarnos a los deseos malsanos del monstruo y pisar por donde él pisa.

 Es muy difícil volar cuando se ha estado preso. Una losa de tristeza nos sepulta cuando comprobamos que si  de algo somos testigos, es de la desolación de la quimera. Una vez estuvimos llenos de sueños, pero alguien estranguló  la guirnalda de mariposas, que los traía y los llevaba uncidos a nuestra cintura de infantes.

En ambos escenarios- el del teatro y el de la vida-, Pandora continúa  esparciendo las plagas de su caja por el mundo ,y Saturno sigue devorando a sus hijos en un banquete macabro que no tiene fin .

 En algún paraíso cercano, un monstruo viejo y desdentado, sigue removiendo el caldero donde guarda la sangre blanca de los silenciados.

Mª José Vergel Vega