miércoles, 11 de mayo de 2016

Federico y la tierra


"La soledad de Federico". Versos de amor heridos de Teatro Jachas.
Debió ser muy doloroso morir de noche, cuidando de no hacer ruido para no despertar a la Madre Tierra.
Los que mueren de noche, se marchan pisando estrellas. Ellos saben que la tierra los espera con su vientre húmedo, oscura madre de los desamparados, de los que fueron empujados a sentir el dolor inmenso de morir a cielo abierto.
Federico tuvo cuidado de no despertarla con sus lágrimas.
De sus ojos brotó un agua silenciosa que apagó el fulgor de las luciérnagas. Dicen que los grillos oscuros de la noche cerraron su boca con besos extraños. 
Cuentan, los que viven al abrigo de la noche, que el lucero del alba tomó para sí la luz verde de sus ojos, antes de que la sinrazón los cegara con sus dedos de plomo.
Después vino un tiempo en el que el ruiseñor entretuvo sus días rescatando sus versos, limpios como el agua.
El viento sabe que aquella noche no perfumaba el aire el aroma somnoliento de los dondiegos. Había un olor a selva, a tierra virgen que despertaba de corrientes subterráneas.
Cada vez que muere un poeta, la tierra inventa refugios de arcilla y luciérnagas, vasijas funerarias que las raíces amasan para acoger a los que mueren en sombra para no violentar a las criaturas de la noche.
Dicen las falenas y otros testigos insomnes, aquellos que se levantaron sobre el plomo, que desde entonces la tierra mece tu sueño, con un rumor incesante de versos que nacen heridos de amor.
Hace tiempo que tomé por costumbre sentarme sobre la tierra y, a noche abierta, amasar con mis manos tu recuerdo.
En el cáliz de las rosas está escrito que, alguna de esas noches, él derramó sobre mí la miel de sus versos.

Mª José Vergel Vega


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