miércoles, 3 de abril de 2024

Las manos vacías, una historia necesaria de Rosa López Casero.

 


Conozco a Rosa desde hace muchos años y me cabe el inmenso honor de haber presentado con ella alguna de sus criaturas. Guardo como un tesoro aquella presentación entrañable de Últimos días con Fernando en Madrigalejo.

Las manos vacías es una historia escrita de manera sencilla, pero también de manera sublime porque Rosa maneja como nadie los tiempos de la novela.

Los libros de Rosa siempre encuentran su cachino en el alma de quien los lee, y esto es así porque cuentan historias humanas, sencillas. Nos ofrecen refugios a los que entrar confiados y vivir otras vidas, dejando de lado los cambalaches de la nuestra por unos instantes. No hay mejor refugio que una historia bien contada.

En Las manos vacías, Rosa cambia un tanto el tono de sus novelas históricas, género del que es una auténtica maestra, para recalar en los sucesos cotidianos de la intrahistoria. Esa intrahistoria tan importante porque cuenta las pequeñas cosas de la vida. Decía a este propósito Miguel de Unamuno:

Esa vida intrahistórica, silenciosa y continua como el fondo mismo del mar, es la sustancia del progreso, la verdadera tradición, la tradición eterna, no la tradición mentida que se suele ir a buscar al pasado enterrado en libros y papeles y monumentos y piedras”.

La intrahistoria es una historia pequeñita que teje la gran historia. Esa es la historia que nos cuenta la niña Argeme, la historia de un éxodo como el de tantos extremeños y extremeñas de aquellos años tan duros de la primera posguerra, aquellos años del hambre.

La historia de gentes que cogía los cuatro bártulos y traqueteaba en vagones de tercera hasta llegar a una capital de la que esperaban sustento y esperanza para sus familias y en muchas ocasiones era un monstruo que las engullía. Gentes oscuras a las que la vida les negaba la alegría. Porque la vida era dura y más aún para las mujeres.

Era un tiempo de sabañones, de pilas de ropa que lavar en las frías aguas del río con las manos ateridas. Y aún así, en medio de tanta miseria y cansancio infinitos, la boca se les endulzaba con versos y coplas.

Era un tiempo de seriales radiofónicos que hacían olvidar el pan negro, las cartillas de racionamiento, el estraperlo, el brazo en alto, el no salirse del redil, las rodillas descarnadas de tantas escaleras fregadas. Tiempo de costura en un patio de vecinas en torno a la radio, de repasar las cuentas de un rosario para rezar por el fin del miedo, de arropar las miserias propias con las miserias de otros. Tiempos de miedo, de hambre, de ver, oir y callar. Tiempos en los que el infierno estaba en la tierra.

Argeme, Libertad y otras mujeres de la novela, representan a todas aquellas mujeres, seguro que conocemos a unas cuantas, desganchadas de trabajar de sol a sol, de aguantar carros y carretas, de dar a manos llenas cuando ellas las tenían tan vacías. Mujeres que no claudicaban, que no se mordían la lengua clamando por su dignidad, aunque luego vinieran los golpes. Mujeres a las que les queda una almohada llena de sueños para manejarlos a discreción, como alguna vez dice Argeme.

Y en esos sueños iban incluídas las ganas irrefrenables de estudiar, de saber, de ser críticas, de cambiar el mundo. Tiempo de maestras que se empeñaron en cambiar currículos en los que rezaban “Sus labores” por otros en los que las niñas, mujeres del mañana, fueran lo que quisieran ser. Aulas oscuras que ellas, las maestras, iluminaban con sus ansias de inculcar a sus alumnas libertad de pensamiento y conciencia crítica, propósitos nada fáciles en aquellos tiempos.

Entonces, como ahora, leer, aprender, saber, nos salvan de una vida anodina y carente de sentido, nos permiten coger impulso para abrazar una vida digna y edificante en la que quepamos todos, hombres y mujeres.

Esta hermosa y dura historia que nos presenta Rosa, tiene también mucho que ver con la memoria, pues si no guardamos memoria de lo que fuimos, difícilmente entenderemos el presente.


Mª José Vergel Vega

 

2 comentarios:

  1. Muchas gracias por tu reseña, María José. Tus palabras son un caudal de flores hacia mi novela que has sabido captar y transmitir como solo tú sabes hacer con tu sensibilidad y artes literarias. No puedo estarte más agradecida.

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  2. Muchas gracias a tí, son tus historias las que hacen brotar palabras de agradecimiento a lo que escribes. Un abrazo emocionado.

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