Estimada Han Kang:
Te escribo desde la orilla
del silencio, a la hora en que las sombras convocan su aquelarre.
Me pregunto qué sucede
cuando las palabras no encuentran el camino de salida, cuando los ojos se
cubren de niebla y no son capaces de asombrarse ante el mundo.
¿Qué pasa si nos abandona el
milagro del lenguaje?
¿Qué hacer, cuando aún
teniendo la capacidad del lenguaje no nos entendemos? ¿Acaso no es esto estar
mudos y permanecer sordos ante lo que a nuestro alrededor acontece?
Solo existe aquello que se
nombra, dice una terrible sentencia.
Me sumerjo en La clase de
griego y constato que no solo nombran las palabras. También lo hacen las
miradas, las manos que sostienen el mundo. Nombra el dolor cuando es aceptado
como parte del bagaje de la vida. Nombra el silencio, que es palabra
presentida, con su sístole y su diástole.
Tus palabras apelan al
sentimiento, a lo que nos brota del alma. Su latido se siente desde lo más
profundo del silencio y va a lo más profundo de las cosas. El alma es una dulce
volvoreta que nos aletea queriendo salir para dejar la levedad de su esencia de
amor en cuanto nos rodea.
Según Carlos E. de Ory el
silencio es políglota, solo tenemos que aprender a escucharlo y las posibles
interpretaciones nos serán dadas por añadidura.
En el silencio me reconozco
y soy capaz de reconocer a los demás.
Todos somos “el profesor” o
“la mujer” que, a cuestas con la pesada roca que el mundo les impone, son
capaces de buscar esos instantes que hacen posible continuar el sinuoso camino
de la vida.
Pasará el tiempo y nos seguiremos preguntando
las mismas cosas en medio del silencio de la madrugada, y posiblemente nunca
daremos con la respuesta adecuada.
Mientras seamos capaces de
hacernos preguntas, no todo estará perdido. Persistir, esa es nuestra fuerza.
Agradecida, una lectora.
Mª José Vergel Vega

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