Madre del Agua (Grimaldo) Foto de Mª José Vergel Vega |
Por cuestiones técnicas no pude colgar estas humildes palabras que me vinieron a los dedos después de disfrutar de la ruta Cabezón-Grimaldo. Lo hago ahora y pido a mis compañeros disculpas por la tardanza.
Las rutas de los domingos por la mañana se están poniendo de
moda irremediable y gratamente. Ya hemos programado unas cuantas desde la
Asociación de Amas de Casa “María Inmaculada” de Torrejoncillo. ¡Y las que nos quedan, porque se lo debemos a
ese grupito “cincuentón”, y que no se me ofenda nadie, porque el adjetivo hace
honor al número de personas que nos reunimos para andar los caminos
sagrados del domingo. Nada tiene que ver
el calificativo con la edad de los caminantes, pues tenemos la dicha de contar
con gente de todas las edades, incluso con dos locos bajitos y sus dos
perritos.
Y es que cada vez somos más los que sentimos la llamada de
nuestros campos, tan hermosos en cualquier época del año, incluso en invierno.
Serían innumerables las razones por las que uno tiene que
probar la sensación de echarse a los caminos.
Por citar algunas, las que a servidora le enganchan, les diré
que, al tiempo que ponemos en forma el
cuerpo, el corazón siente con mucha más intensidad, lo cual es muy bueno en los
tiempos que corren.
Caminando se aprende a respetar a la naturaleza, que nos
acoge siempre con sus mejores galas. Aprendemos a escuchar el canto de los
pájaros, una de las mejores bandas sonoras que conozco, acompañados sus trinos
con el titilar de las hojas con el viento. Cada vez que salimos al campo,
disfrutamos de una sinfonía diferente, sólo hay que dejarse llevar y caminar
como si nada importara, como si nunca fuera a llegar el lunes con sus malos
modos .
A los aprendices de poetas se nos ocurren versos por el
camino. Siempre hay algún duendecillo despistado o alguna musa que deja
enganchada sus alas entre las ramas de los alcornoques. Cuando tropiezo con
algún verso lo que hago es almacenarlo en la mochila; claro que a veces cuando
llego a casa no están allí, tienen el defectillo de ser invisibles y
escurridizos. Más de uno me ha dicho alguna vez que los vieron prendidos en las
bocas de las hormigas, pero ese ya es cuento para otro día.
Son muchas las imágenes que una ruta nos deja grabadas en la
retina, y que cuando las contemplamos serenamente, nos hacen caer en la cuenta
del verdadero significado de una palabra que la mayoría de las veces no
tratamos con el respeto y reverencia que merece: Libertad.
Libertad para el caminante es sentirse parte del trote de los
caballos y sus crines al viento. Es mirarse en los ojos de las vacas y
reconocerse parte del mundo y de lo que realmente importa, tocar nuestro
cachito esquivo de felicidad.
Libertad es caminar por el campo sintiéndose cómplice de los
pasos de los otros, en los que están contenidos los nuestros.
Soy libre porque soy consciente de mis pasos y de los tuyos,
ese es el lema del caminante que peregrina por el domingo en busca de más
sosegada vida. Es por el camino donde encontramos a la gente sencilla que
nos abriga el corazón. Gentes como Elías
que siempre prepara las rutas con todo el esmero del mundo, gentes como Vero
que nos dio posada en Grimaldo, ofreciéndonos su pitarra , sus viandas y esa
sonrisa en la que cabe todo el amor del
mundo y que nunca se borra de su boca, palabra de caminante.
Los caminantes tenemos la manía de coleccionar gestos
sencillos que nos llevamos puestos y que nos hacen agarrarnos a sus hebras de
dicha cada vez que , desandando el camino, echamos la vista atrás.
Mi sombra, que encierra todo lo que soy, quedó sumergida en
la “Madre del Agua”, quién sabe si ya habrá cobrado vida.
Mª José Vergel Vega
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