En aquel momento, el pecho cálido de su madre era todo su universo. Cuando ella lo mecía suavemente y le cantaba las nanas de su tierra destruida, no recordaba el dolor de sus pies ateridos de frío dentro de los zapatos rotos, ni su ropa remendada para sobrellevar el invierno.
Todo el universo que su cabecita
dibujaba, cabía en aquel momento en el pecho de su madre. Hasta aquel refugio
no llegaba la metralla, ni las sirenas que anunciaban la muerte, ni el ruido de
las bombas. En el universo cálido del pecho de
su madre, Alepo se reconstruía por arte del amor y la esperanza. Allí,
era posible creer en la buena voluntad de los hombres, confiar en que el mundo les ofrecería la posibilidad de
habitar un cachito de tierra libre en la que zurcir la vida.
Abrazado a sus sueños, con sus
manitas al abrigo del corazón de su madre, una mujer y un niño en medio de los
escombros de lo que fuera su hogar, ofrecen al mundo, a este mundo nuestro, que
se dispone a celebrar una nueva y ávida Navidad, la figura de una piedad que
clama por todos los sintierra, por los que vagan con hambre y sed de justicia
por los caminos de nuestra indiferencia, por los que cada día nos atrevemos a
dejar a la deriva, por los que se encuentran atrapados en la tela de nuestra
intolerancia, por los que lo han perdido
todo, por los que con su silencio reclaman nuestro abrazo…
Aquel Mesías que nació en Belén en un
establo, a espaldas de los hombres porque tampoco tuvimos la buena voluntad de
darle un cobijo digno , dijo: Amarás al prójimo como a ti mismo y hoy, dos mil
dieciséis años después, aún no hemos cumplido su mandado.
Que en esta Navidad que nos
disponemos a vivir, nuestro empeño sea el de encontrar nuestra buena voluntad y aquello que nos hace dignos de llamarnos
humanos, y seamos capaces de sanar las heridas de nuestros semejantes, porque
todo lo que hagamos por ellos lo hacemos por nosotros.
¡LA
PAZ ESTÁ EN NUESTRAS MANOS!
Mª José Vergel Vega
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