" A veces sólo un gesto es suficiente/para salvar el día" (Ángel Campos Pámpano) |
Últimamente la lluvia se ha
convertido en mi inseparable compañera de viaje. Ella que siempre es estación de reencuentro con un
tiempo que vuelve sin esperarlo, y que tiene la facultad tan arcana de resucitar fantasmas.
Coimbra es un tótem bajo la lluvia,
que se asoma eterno a un Mondego aliado del viento. Ciudad vieja de tricanas
con el cántaro al cuadril camino del río, cada quien a sus asuntos cotidianos, al capricho de los
estudiantes que las celebran en su pétreas composiciones como pago a sus
desvelos.
Coimbra es ciudad de sabiduría, de
universitarios que van y vienen camino de las aulas y que son convocados aún
por el tañer de las campanas de la Torre-campanario, como si el tiempo no
hubiera pasado . Coimbra es el silencio necesario de la Biblioteca Joanina en
medio de estas prisas en las que
vivimos.
Coimbra es mora y judía asomada a la
Porta de Almedina. Hemos de pasear despacio, con mucho tiento, por sus calles empedradas, no vayamos a
lastimar los recuerdos.
Coimbra es un tótem de amor allá en
la Quinta das Lagrimas, donde Don Pedro I ardía de pasión por la gallega Inés
de Castro. La historia me dejó tocado el rincón del alma donde doy cobijo a mis
fantasmas.
Se cuenta que Don Pedro usaba una tubería que
iba desde la quinta hasta el convento de las Clarisas, y que, románticamente,
introducía cartas salpicadas de amor en barquitos de madera que el agua de la
Fonte dos Amores se encargaba de entregar a la bienamada. Pedro e Inés,
envueltos en el huracán del amor prohibido e irremediable, del amor más allá de
la muerte, una muerte de la que fue testigo la Fonte das Lagrimas, cuyas aguas
tienen origen en el llanto derramado por
Inés al ser asesinada por los secuaces del Rey Alfonso IV , para evitar que
fuera coronada reina de Portugal. La sangre de su cuerpo dejó manchas rojizas
en la roca, manchas que son visibles hoy en día, porque todos los amantes saben
que la sangre de amor es indeleble. Hermosa y trágica historia , que no acaba
aquí porque Don Pedro hizo coronar a
Inés después de muerta. Hoy, ambos
amantes se encuentran enterrados en Alcobaça, en una preciosa tumba de mármol
blanco. Dispuso Don Pedro que los catafalcos se tocaran los pies, así el día de
la resurrección de los muertos, lo primero que vería sería el rostro amado de
aquella española que le robó el corazón.
Estas tierras me arañan dolorosamente
el corazón, y aquí estoy convertida en aquella dramática y vieja señorita del
paraíso, patética y empapada por la lluvia, dejándome llevar por ese pájaro que
planea sobre las alas de la memoria y que me lleva a aquel tiempo de encuentros
y desencuentros en el que, adolescentes inexpertos en las cosas de la vida,
proyectábamos construir un mundo a nuestra medida. No puedo dejar de sentir un
escalofrío cada vez que recuerdo que queríamos sembrar de versos la tierra, que
ésta fuera como el regazo seguro de la madre al que uno vuelve en busca del
abrazo que sana. Nuestras vidas son los versos que vamos escribiendo para que
otros alivien las heridas del alma.
Y aquí, en esta Coimbra de lluvia, la vieja
señorita del paraíso sigue inventando amores, amor como razón de ser de todas
las cosas, amor intuido, amor que se escapa por alguna rendija de esta realidad
gris que nos ahoga.
Mª José Vergel Vega
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