Foto de Martina Rodríguez |
Son
las pequeñas cosas las que pueden cambiar el mundo a la deriva. Yo me lo repito
como un mantra cada día.
Estas
palabras, que ahora escribo desde la inmediatez del sentimiento, tienen música
de adagio. Lo que quisieran reflejar no es otra cosa, que el temblor que este
sencillo acto provocó en mi corazón y en el corazón de Julia.
Si
la vida te da limones, regala alegría a los demás.
La
puerta de la casa de Tati se ha llenado de cestos de limones, cogidos con mimo,
expuestos ante nuestros ojos para nuestro regalo, como una ofrenda de
amor hacia sus vecinos. Limones que nos remueven las tripas y nos hacen
sentirnos humanos, para saber que aún no es demasiado tarde, que aún somos uno
con el mundo, que tenemos el alma pespunteada de buenos sentimientos.
Unas
simples cestas de limones, nos activan el resorte que nos permite cambiar la
perspectiva desde la que vemos el mundo.
Me
emociona el gesto de Tati que cogió esas frutas entre sus manos. Me emociona
que nos las ofrezca como don de PAZ.
Benditas
las manos que se dan a los otros, porque ellas han comprendido que esa es la
verdadera esencia de la vida. Si me doy al otro a través de mis actos, vivo en
el otro y el otro vive en mí.
Unas
sencillas cestas de limones nos muestran la más cierta y básica filosofía de
vivir: el darnos a los demás sin importarnos que nuestra dádiva sea pequeña.
Todo es relativo en el mundo en el que vivimos, y lo pequeño, en más ocasiones
de las que creemos, puede llegar a ser enorme.
El
gesto de Tati nos descoloca, porque el mundo lo hemos vuelto pura competencia.
Se nos va la vida preparando el órdago que nos convierta en los mejores, y nos
sentimos arrastrados a malvivir con prisas todo aquello que nos pasa. Nos
conducimos como hombres y mujeres con el corazón de hojalata, incapaces de
reparar en lo que sucede a quienes caminan a nuestro lado.
El
hermoso detalle de Tati, nos hace regresar a un mundo recién creado. Esas
humildes cestas de limones encierran cachinos de sol para encendernos la
sonrisa, para curarnos las heridas, para pensar que la tierra que habitamos es
la madre primigenia de la que todos procedemos, la Pachamama de los incas, la
madre protectora que cuida por igual a todas sus criaturas.
Quizá
lo que ocurre es que estamos buscando la felicidad por el camino equivocado, y
para ser felices, para ser inmensamente felices, para llorar siendo
felices, nos bastan unos limones de nada que alguien como Tati, pone en
nuestras manos.
Mª José Vergel Vega
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